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Dedicado a F.R.C. y J.V.G.M.
Ultima Hora, 7 de julio de 2003
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Ya sabe usted que la flota ateniense
venció a la persa en Salamina.
Si el resultado hubiera sido otro, tal vez usted y yo estaríamos hablando ahora en farsi… muy bajito, para no molestar a los esbirros del sátrapa de turno. Hoy por hoy, casi toda la terminología de la política y de la administración es de raíz griega o latina. Por ejemplo: monarquía, despotismo, tiranía, aristocracia, plutocracia, oligarquía, democracia y… demagogia. Los romanos tuvieron rey, censura, república, dictadura, imperio, elecciones, tribunales, clientelismo y… corrupción.
Haciendo un poco de historia, la flota ateniense fue la respuesta de la ciudad a una amenaza exterior. La invasión persa se percibía como un desastre. Lo suyo era evitarlo por todos los medios. Los barcos fueron pagados en parte con los impuestos, digamos, convencionales, pero la flota había llegado a existir porque la polis de Atenas había sacado el premio gordo de la lotería en forma de ricas minas de plata en el monte Laurión. Acuñaron un montón de hermosas dracmas con el noble metal. Muchos ciudadanos querían repartírselas sin más problemas. Temístocles convenció a la mayoría (de los votantes, claro) de que el oráculo de Delfos aconsejaba la construcción de «murallas de madera» para defender la ciudad y consiguió ganarles el pulso en la Ekklesia. Era la asamblea general de Atenas, de cuyo nombre procede mi apellido. No se haga usted ilusiones: probablemente, Temístocles estaba a sueldo del «lobby» de los constructores navales, el equivalente del complejo militar-industrial en aquella época. El caso es que la plata sirvió para construir doscientas trieres, que venían a ser los misiles antibuque de la época. Su excelente maniobrabilidad, el valor y el espíritu cívico de los remeros, un entrenamiento adecuado y, como diría Gandalf, «good management and good luck», la buena gestión Y la buena suerte en el planteamiento de la batalla hicieron el milagro y la armada enemiga, abrumadoramente superior en todo, perdió los papeles. Los persas (bueno, en realidad, eran fenicios y jonios…) optaron por volverse a lugares más tranquilos. Una retirada a tiempo es una victoria, dicen…
Los gastos corrientes de la flota ateniense se cubrían con los impuestos, digamos, ordinarios. Los demás los pagaban los ciudadanos más ricos, que eran ascendidos a «trierarcas» para estas ocasiones. A cambio de ir a la batalla en una sillita a popa, les tocaba hacerse cargo de los «extras» y «redondear» el sueldo a ciento setenta remeros, repito, ciento setenta, durante un año de campaña. Si este sistema de «gestión directa» de los gastos militares le parece caro, piense que se ahorraban mantener también el equivalente de la AEAT.
En los años que han transcurrido desde entonces las sociedades han experimentado con muchos modelos de organización. Hoy en día asistimos al enésimo ensayo general de otro gran cambio. Por una parte hay una centralización política en Bruselas, por otra una descentralización administrativa en autonomías, desregulaciones diversas, traspaso de algunas cosas a la sociedad civil, judicialización de ciertos asuntos, despenalización de otros, en fin, la situación es bastante caótica…
Después de la preceptiva excursión por los cerros de Úbeda, que es la especialidad de la casa, cabe decir que las catástrofes naturales y -cada vez más- las artificiales desbordan los recursos de las administraciones, que nunca fueron ilimitados. De ahí vino la idea de montar grupos de ciudadanos voluntarios que estuvieran más o menos a punto para las emergencias. Hay miles de ejemplos. Los frailes del monasterio de Niepokalanów, en Polonia, son los bomberos de la comarca. En muchas ciudades de Estados Unidos hay cuerpos de bomberos voluntarios. En España, la idea resurge con la restauración de la democracia. La dictadura desconfiaba por principio de cualquier grupo de «espontáneos». El primer Director General de esa «nueva» Protección Civil fue Antonio Figueruelo Almazán, al que yo conocía de su etapa de periodista en el «Noticiero Universal» de Barcelona. La cosa no llegó a cuajar porque nunca tuvo presupuesto, medios ni organización. En Eivissa consistía en un Nissan Patrol que estuvo unos cuantos años abandonado en la calle, delante de la Delegación del Gobierno. Me pregunto cuánto habrán dado por él los chatarreros.
Ultimamente, el Govern Balear tuvo a bien regalar a cada municipio otro Nissan, esta vez un Terrano. Pero la Protección Civil sigue sin presupuesto, medios ni organización. No hay dinero para combustible, ni para el seguro, ni un garaje para que no se pudran los vehículos a la intemperie, ni nada de nada. Ah, el «obsequio» venía con «instrucciones de uso»: sólo se puede emplear para las funciones propias de la Protección Civil. Como nadie sabe cuáles serán… hasta la próxima catástrofe, los voluntarios tienen que inventárselas sobre la marcha. Y los ayuntamientos sólo están para sufragar los gastos de los vehículos. La cosa me recuerda lo que nos dijo Martín Prieto sobre el «componente naval» del golpe del 23-F en su artículo «Semana de reflexión», publicado en «El País» el 21 de abril de 1982: «Alusión a sí mismo del capitán de navío Camilo Menéndez. Se utiliza para definir algo que está ahí y que no sirve para nada».
Temístocles tuvo a sus órdenes una flota única, tripulada por la flor y nata de los ciudadanos de Atenas. Si hubieran sido seis o siete, una por cada barrio, ¿habría ganado la batalla? Aquí y ahora, es lo mismo. Una Administración única tal vez organice el voluntariado como un solo cuerpo en toda la isla, o tal vez no. En Eivissa no habrá una Protección Civil digna de ese nombre mientras perdure esta división territorial arcaica. Otras cosas son… más de lo mismo.
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Administración única en Eivissa…
Europa – Grecia…
Dracogeno – Propaganda de la buena…
Todos vamos en el mismo barco…
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