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Julio de 2008

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«Dime con quién andas y te diré quién eres». Quien pacta con el diablo, que asuma las consecuencias. Aunque estamos fuera de fechas de los carnavales, la izquierda ibicenca ha sacado del armario un patético disfraz de proteccionista del puerto de Ibiza y de su bahía, solicitando a la endiosada Autoridad Portuaria (a deshora y con la misa ya acabada, cuando han tenido meses y años para hacerlo) la reducción del tamaño de las plataformas: que en vez de 80.000 metros cuadrados se construyan «sólo» 60.000. Algo así como que en vez de 80 sean 60 las puñaladas con las que se ejecute a una de las bahías más bellas del Mediterráneo, la original postal de entrada y el único paseo descongestionante con vistas al mar y a las murallas que le queda a la ya estresada ciudad.

A este paso la izquierda logrará alcanzar o incluso superar el cinismo que se alcanzó en la pasada legislatura con las maniobras de la derecha y su rodillo con las autopistas. Esta doble moral ya resulta bochornosa. La izquierda decía que no se haría el dique, y… tuvimos dique. Una vez construido, prometió que quedaría tal cual está hoy y que nunca harían las plataformas: ahora ya las tenemos listas para construirlas y comérnoslas con patatas. Tras apoyar a la Autoridad Portuaria en todos los últimos trámites, ahora, con el informe de impacto ambiental favorable (para morirse de pena) y con todo listo para empezar, se disfrazan de reduccionistas… tal vez para que el único malo y verdugo parezca ser la Autoridad Portuaria. Nunca se luchó con fe ninguna de las otras alternativas (que las ha habido y las hay) para descongestionar la Marina y solventar la situación impresentable y tercermundista de un puerto como el de Ibiza, que necesita una reordenación y ampliación urgente, pero con mesura y respeto.

La mano derecha ibicenca todavía está negra y sucia por el tema de las autopistas, tanto por la masacre de patrimonio natural arrasado y que, a través de innecesarios túneles y soterramientos agujerearon la isla hasta dejarla como un queso gruyère, como por la arrogancia y formas predemocráticas y caciquiles con las que las ejecutaron y azotaron a una parte de la población (la que no congeniaba con sus particulares intereses). Pero la mano izquierda ibicenca va a quedar igual de manchada y negra que la derecha, por permitir otro tremendo error irreversible (que nada tiene que ver con la necesidad de actuar de forma razonable y ordenada sobre el puerto). Hace justo un año, con el hundimiento del buque «Don Pedro», un error humano inconsciente nos asustó y alquitranó las costas de levante de la isla como si nos quisiera advertir del error humano que, esta vez consciente y premeditado, va a cementar y alquitranar para siempre otro símbolo e icono representativo de esta isla y de su identidad colectiva: la bahía del puerto con sus aguas y las de las playas adyacentes.

La mano derecha ibicenca se cargó el interior y la tierra, la mano izquierda ibicenca con sus socios de la Autoridad Portuaria se cargará la bahía del puerto, sus aguas y una postal maravillosa. Entre los tres habrán logrado un tridente letal para la isla, que en apenas cinco o seis años habrá arrasado y deformado su territorio hasta hacerlo casi irreconocible, causando más daño que si juntáramos de una vez todos los piratas y bárbaros que durante cientos de años saquearon la isla. Como en un extraño brote psicótico sin cura, la isla va siendo progresivamente mutilada por sus propios gestores, por algunos de sus más desagradecidos hijos. Es como si los políticos, sean del color que sean aquí, cuando alcanzan su trono en el Consell o en los ayuntamientos, automáticamente reducen su autocrítica, se arrancan el sentido común y empiezan a deberse a las necesidades de su partido, que pocas veces coinciden con las necesidades de esta maltratada isla.

Cuesta creer que personas que han estado luchando por la tierra ibicenca, poniéndose frente a las máquinas excavadoras que entraban de forma injusta en propiedades, que durante años pregonaban el absurdo de una ampliación del puerto desmesurada… ahora se muerdan la lengua, miren para otro lado o – para poder mantener su silla – asientan, den la manita a sus socios y firmen la defunción de una identidad de isla pequeña, frágil y comedida por la de un falso disfraz de ciudad grande, elástica, sin otro límite que el del egoísmo de unos pocos.

Pero por mucho que lo maquillen, que lo oculten, que lancen balones fuera contra sus socios de la Autoridad Portuaria… el tema del macropuerto, como el de las autopistas, traerá cola porque es otro sinsentido más… (Ya asoman las dificultades para sacar el tráfico del Botafoc, viales que amenazan por pasar junto a zonas protegidas como ses Feixes, posibles túneles en la maltrecha Illa Plana…). La isla y su territorio dan de sí lo que pueden dar, ni más ni menos, no lo que la voluntad y el deseo de algunos quisieran. Si se traspasa el límite, como ocurrió con las autopistas, todo se desalinea, incluidas la propia naturaleza y la propia sociedad.

Está a punto de repetirse la historia.

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Javier Serapio Costa es psicólogo y psicoterapeuta

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