Ultima Hora, 15 de septiembre de 2008

Imaginemos los acontecimientos de una vida acumulándose unos encima de otros como si fueran granos de arena. Cada grano se comporta de forma independiente mientras se va derramando, del mismo modo que ciertos sucesos se van produciendo aparentemente sin mayor trascendencia ni relación entre ellos. Pero llega un momento crítico, y entonces un solo grano de arena puede provocar una avalancha que modificará el conjunto de la estructura. Algo así como la llamada “línea del no retorno”, tras la cual, una vez se cruza, ya nada es igual que antes, ni se puede ir atrás, ni se ve ya el mundo con la misma perspectiva. Un salto cualitativo. Esta metáfora, desarrollada por un físico noruego para explicar los temblores de tierra, puede ejemplificar también como se producen los cambios estructurales, para bien o para mal, en las personas y en las sociedades, como por ejemplo la nuestra.

Nosotros mismos quemamos nuestros bosques; ensuciamos el puerto con un alcantarillado de juguete; mantenemos las infraestructuras tercermundistas; arrasamos parajes naturales hermosos acumulando delitos ecológicos; permitimos que se degradaran barrios emblemáticos como La Marina y Sa Penya, que representan parte de nuestra esencia ibicenca y mediterránea (otras ciudades soñarían con poseer tanta diversidad de belleza para poderla cuidar y disfrutar, sin embargo nosotros la hemos menospreciado y estropeado); se permitió, a cambio de poner la mano y bajar la vista, o de esquivar el miedo a las represalias, que unos pocos confundieran a la isla con su finca privada que podían explotar y manejar a su antojo; se hizo demasiado tiempo la vista gorda a la entrada de drogas y delincuencia en la isla; se destrozó la bahía milenaria del puerto con otro engaño más, el dique; se dividió, territorial y socialmente a la isla con una cicatriz irreversible en forma de túneles, soterramientos, abusos de poder y todo un arsenal de engaños…

Y así, granos y más granos de arena, hasta que, de no detener la tendencia, un solo grano más haga estallar muy pronto la muy estropeada pero todavía bella estructura natural de la isla, verde, azul y blanca, transformándola definitivamente en una nueva estructura, gris y negra: la que nos asemejará a Marbella (al símbolo que representa desgraciadamente en los últimos años, que no a sus buenas gentes) y a la tan deseada, por parte de algunos, Costa Azul francesa, que se toma como modelo y como senda, la senda suicida. Se olvidan que el alma ibicenca y los ibicencos tenemos ya nuestra propia esencia, nuestra propia magia, casi ya enterradas bajo cemento, alquitrán y avaricia. La isla posee una identidad original, única y valiosísima y no necesita disfraz alguno. Ella ya sabe como vestirse, solo hay que escucharla…

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Javier Serapio Costa es psicólogo y psicoterapeuta

Javier Serapio Costa…

Conservación…

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Eivissa – Ibiza…