1. Miremos el periódico del domingo, en las páginas de ofertas inmobiliarias, donde aparecen reseñadas cientos de viviendas en nuestras ciudades y otras tantas aún no construidas puestas en circulación. Allí se repite un rótulo típico del mercado inmobiliario: se vende casa con tres dormitorios, cocina amueblada, salón de 30 metros cuadrados, un baño y un aseo, una terraza, materiales de primera calidad, ascensor hasta el garaje (?), y, como siempre, demasiados millones para algo que en realidad no cuesta más de la mitad.

¿A qué corresponde ese programa? Pues a las exigencias privadas y de representación de una familia tipo compuesta por una pareja heterosexual, con un par de hijos todavía pequeños y quizá otro familiar más. Ahora bien ¿existe aquella familia media para la que se piensa una vivienda media? Todo hace ver que no, o al menos no es esa la única realidad, porque empieza a ser común una casuística que abarca, entre otros: los hogares poli–nucleares con hijos mayores e independientes aún no emancipados; los casas para familias monoparentales; los hogares para parejas hetero u homosexuales que no necesitan un programa tan compartimentado; las viviendas donde comparten residencia grupos de personas no emparentadas que se reúnen por edad y/o afinidad. Y aún las familias que responden a aquella tipología inmobiliaria presuntamente común tienen sus propias experiencias, sus propios hábitos, su propia manera de funcionar y vivir su casa. Ciertamente, estamos en una época homogeneizadora, pero la realidad es tozudamente mucho más compleja y diferenciada de lo que una oferta social y cultural simplificadora nos quiere hacer ver.

Es cierto que hoy se nos ofrece ciertas variantes: ahora nos encontramos con promociones de casas de sólo uno o dos dormitorios, más pequeñas por tanto, destinadas, se dice, a parejas jóvenes o “ya de vuelta”. Pero esto no es más que otra estrategia de mercado, porque las casas no son por ello más baratas, solo que ahora se puede construir más unidades en la misma superficie.

Ahora bien, vivir consiste sobre todo en tener un proyecto, y si esto es verdad es por tanto evidente que nadie tiene el derecho de impedir a los demás proyectar. Y si esa vida –ese proyecto– se desarrolla, entre otros lugares, en espacios de habitación ¿No será el ofrecer casas totalmente terminadas una forma que tienen la administración, los promotores, los arquitectos y constructores, de impedir a los demás proyectar? Salvada la exigencia constitucional del derecho a la vivienda ¿por qué, después de décadas de promoción inmobiliaria pública y privada, seguimos empeñados en imponer a los demás los espacios donde habitan, espacios, por tanto, en los que los ciudadanos no pueden ejercer su derecho al proyecto?

Hemos llegado a un contrasentido que es además tremendamente oneroso. Después de múltiples dificultades para acceder a su vivienda, después de pagar una entrada abusiva y cargar con una hipoteca apenas sostenible, el habitante todavía se empeña en solventar las disfunciones de su propia adquisición. Siempre encontrará un tabique de más, una superficie de menos, un espacio tonto, una terraza inútil, un pavimento de terrazo infame, una cerámica vomitiva que es importante corregir. Y, según nuestro estudio, todo estará demasiado compartimentado y los espacios resultantes serán siempre demasiado pequeños. Cualquiera que viva en un edificio más o menos reciente de viviendas habrá pasado, o sigue sufriéndolas, las obras propias y del vecino; y esto sucede tanto en la casa de protección social como en la eufemística “vivienda de lujo”.

Es inevitable que esto suceda, porque además, en un sector inmobiliario tremendamente estático como el nuestro, las casas son para toda la vida. Pero ésto debería exigir un espacio dinámico y abierto, donde el tiempo vital fuera, sobre todo, el dato que entraría a modificar continuamente aquel espacio, provocando incluso que se pudiera llegar a utilizar de modo diferente a aquél para el que fue concebido. Aprendamos en este punto de la arquitectura tradicional; eso no quiere decir copiar arcos, canterías, revocos irregulares o cubiertas de teja (nada de ello, como ha sido dicho muchas veces, es constitutivo de una supuesta “arquitectura canaria”): eso significa trabajar con el tiempo.

Lo que estoy proponiendo entonces es introducir tanto en el mercado inmobiliario como en la gestión de la vivienda social (y aún más en este último caso si fuera posible) la idea de una casa no acabada, es decir, una casa completa pero perfectible que permita a sus habitantes poner en juego toda su propia historia, sus manías, sus experiencias del habitar, su proyecto. Se trata, por tanto, y sin abandonar la responsabilidad pedagógica de la administración y la arquitectura, de construir un espacio crítico para un momento presente que contenga también el pasado y el futuro.

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2. Hace algunos años, el arquitecto holandés N. J. Habraken fue conocido por su teoría del “diseño de soportes”. Su idea, en la línea de algunas propuestas arquitectónicas europeas de los años sesenta y setenta en torno a la vivienda estatal, era la de posibilitar la participación del usuario en la toma de decisiones sobre su casa. Pero a diferencia de aquellas propuestas contemporáneas que eran de difícil gestión (e imposible en otros casos como el español, pues aquí el usuario accede a su vivienda una vez está terminada), Habraken dividía el proceso constructivo en dos fases: la construcción del soporte y la distribución de componentes. La primera implica decisiones controladas por la comunidad (por ejemplo, elementos estructurales y de comunicación general, instalaciones o fachadas), mientras la segunda consiste en la parte a decidir por cada usuario (particiones no portantes, equipos sanitarios o materiales de acabado), siempre dentro de los límites tecnológicos de cada país. Un soporte bien modulado daría libertad al habitante para situar las cosas dentro de él.

El tema típico de las muestras de arquitectura de la modernidad, a lo largo del siglo XX, ha sido el de la resolución de edificios–modelo de viviendas, y para ello se procuraba invitar a arquitectos de prestigio que disponían de libertad para construir sus propias ideas sobre el habitar. El resultado de esas experiencias lo podemos ver en eventos como las exposiciones de arquitectura de Stuttgart de 1929 o Berlín de 1955 o, más recientemente, en la investigación de nuevos tipos de vivienda en bloques de alta densidad para Borneo–Sporenburg de Amsterdam (desde 1995). En estos y otros muchos casos se ha llegado a diseñar colectivamente barrios residenciales que se han ido convirtiendo en cada momento en imágenes de una nueva arquitectura. Pero en la reciente feria barcelonesa de Construmat se ha desempolvado la tesis de Habraken, encargando a estudios conocidos cinco componentes de una supuesta “Casa Barcelona” de la que todavía no conocemos su forma. Así, el pavimento registrable de Clotet y Paricio, los tabiques móviles de Ito, la cocina modular de Perrault, la ventana perfectible de Van Berkel y los sanitarios–mueble de Chipperfield, se pueden convertir en iconos de una nueva realidad. Esas piezas, con todas sus variantes, se ofrecen para ser desplegadas sobre un espacio isótropo vacío, el conocido tipo del loft, cuyo sentido solo será dado en cada caso concreto por los habitantes. De todos modos, más importante que esos diseños es la idea según la cual la casa no tiene por qué estar acabada del todo antes de ser habitada, sino que se adecuaría a las necesidades de cada uno a lo largo del tiempo y a un costo razonable, siendo también capaz de modificarse con pocas molestias, del mismo modo que hacemos con nuestros muebles.

Esto ha tenido y tendrá sus oponentes: de parte de la administración pública, preocupada por no perder el control normativo de todo el proceso; por la profesión de arquitecto, celosa de dominar todas las fases constructivas desde un proyecto cerrado; y sobre todo desde el mercado inmobiliario que ya no podría cargar sus plusvalías sobre tanta “masa construida” como ahora. En contra de lo que parece, un proceso así exige una normativa mucho más abierta y permisiva pero que no olvide la necesidad de controlar la calidad de todo lo realizado, y también obliga a un mayor trabajo por parte de los diseñadores, que deben asegurar la flexibilidad de sus propuestas. De esto último se derivan proyectos previsores, abiertos a variaciones y mejoras posteriores, y una amplia oferta de equipos prefabricados (a la manera de la que ya existe para acondicionar el espacio de oficinas). El objetivo final será el de tratar espacios susceptibles de transformarse en el tiempo.

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Bibliografía:

a+t (revista): “Vivienda y flexibilidad”, n. 12–13, 1998–1999.

Habraken, N. J.: El diseño de soportes, G. Gili, Barcelona, 2000.

Paricio, I. y Sust, X.: La vivienda contemporánea, IteC, Barcelona, 1998.

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Manuel Jesús Martín Hernández…

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