Septiembre de 2010
Los sueños pueden arder.
La semana pasada ardió uno de ellos
en la montaña palentina.
Ardió el tren.
No un tren, sino el tren.
Porque era único,
sólo él podía dar vida
a un proyecto ambicioso y repleto de dificultades
que tenazmente había ido sobreviviendo
a todas las voces que clamaban su inviabilidad.
Aquel tren ferrobús, el último en marcha de toda España, encarnaba muchas significaciones dentro de sus paredes plateadas y su interior de “formica” verde claro. Para las gentes de Barruelo, Cillamayor, Nestar, Villavega y Menaza era la posibilidad de reconvertir el viejo tren minero en un recorrido turístico y cultural que infundiese nuevo valor a las muchas cosas ya hechas en el valle para atraer turismo de calidad. Para la montaña palentina, el tren como eje del parque minero-ferroviario era un proyecto único en su género que hubiese situado aún más en el mapa a esta comarca montañesa de increíble belleza e inagotables recursos. Para Castilla y León podría haber sido muy bien la excusa para obtener mayor capacidad de gestión de sus transportes interiores, y también para crear una incipiente área de transporte ferroviario en su Consejería de Fomento. Y para España, el ferrobús de Barruelo encarnaba los transportes de cercanías y rurales de los años 60, el salto al progreso y a la modernidad, la esperanza de un futuro por fin mejor tras las penurias de una postguerra y una autarquía que nunca acababan. Efectivamente, este pequeño torpedo plateado surcó toda la geografía española desplazando a los viejos trenes de coches de madera de antes de la guerra, y ha sido acusado de ser el verdugo de los trenes de vapor, aunque fue una evolución incuestionable y necesaria en el transporte para el país. Otra cosa es la preservación de las locomotoras de vapor significativas en España, pero eso, y los museos del ferrocarril por cierto, son temas para otro día.
El tren ardió y tocaría empezar de nuevo. Todo debiera haber sido más fácil. No tiene interés seguir si no se producen profundos cambios en las administraciones que tutelan este patrimonio público. El Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif), un ente público adscrito al Ministerio de Fomento, gestiona con absoluta libertad las líneas ferroviarias clausuradas, que con la nueva legislación sobre el sector ferroviario pasaron a formar parte de sus activos patrimoniales. Es decir, las líneas cerradas con sus vías y estaciones son patrimonio de Adif, y este ente decide libremente qué usos les da, si decide levantarlas o no y qué iniciativas permite y cuáles no. Adif se ha mostrado hasta hoy absolutamente impermeable a cualquier proyecto que suponga poner un tren a circular en una vía cerrada. No, no y no. Se alegan cuestiones de responsabilidades subsidiarias, de regulación del sector – unas normas pensadas para grandes líneas y grandes operadoras, que no encajan con pequeñas iniciativas – y de seguridad. Todo ello subsanable si hubiera verdaderos deseos de crear actividad y de promover la reutilización de las vías cerradas.
Desde Adif y desde los ministerios de Fomento y Medio Ambiente, sólo se anima y ayuda a los organismos de promoción territorial – tipo grupos Leader, por ejemplo – en la creación de vías verdes. Las vías verdes son la “solución oficial” que un día se decidió para toda vía cerrada o susceptible de cerrar en España. Y no se hable más del tema. Punto. O vía verde o nada. Para proyectar y ejecutar una vía verde hay recursos y ayuda en la gestión. Para un proyecto de tren turístico que suponga el terrible pecado de querer circular con un tren tu-rís-ti-co o bien his-tó-ri-co sobre la vía, ni agua.
Sólo se puede esperar y desear una decidida acción del ministerio de Fomento, en la que se proponga abrir los miles de kilómetros de líneas cerradas a pequeñas iniciativas particulares de trenes turísticos y de pequeños ramales aportadores de mercancías a las grandes líneas. Transfiriéndolos o no a las Autonomías, da igual. Pero creando desde luego el marco adecuado y ordenando sin más a Adif que facilite también la consecución de estas iniciativas, en lugar de hacer de perro del hortelano.
De momento, con el ferrobús quemado, se pierden muchas cosas. Se pierde la pieza dinámica del proyecto del parque minero de Barruelo, la que servía para conectar todos los recursos del proyecto. Se pierde un patrimonio ferroviario de la historia de España de primer orden, como ya hemos explicado. Y se pierden además muchos “intangibles”. Se pierden las sonrisas de muchos niños y padres que no podrán “montarse y andar en el tren” como decían. Se pierde un poco el orgullo de un pueblo que quería ser capaz de hacer más cosas. Se pierde la esperanza de todos aquellos que dedicamos tiempo y dinero al proyecto, viajando, pasando frío y trabajando duro. Hay que rendir homenaje a todos los voluntarios que pusieron su esfuerzo en cuidar y mantener al ferrobús, mientras vivió.
Y para mí, que vengo de otras tierras, se pierde el vínculo, la excusa, el motivo por el que llegué un buen día de 1995 para dedicarme a este y otros proyectos de trenes rurales, para pasar del hablar al hacer, para crear algo aquí porque esta tierra se lo merece. La excusa del tren sirvió para que entablase una relación profunda y muy íntima con la esencia del norte de Castilla. A mí se me ha quemado, además de un sueño, un trocito de alma.
No quedan ganas, la verdad, de proseguir en estas lides si no se arregla el panorama institucional y administrativo y se facilita a los pequeños emprendedores el camino. Si esto no pasa se habrán quemado todos los sueños.
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Post original y comentarios en Treneando…
Unos menores queman un ferrobús en Barruelo de Santullán – Treneando…
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