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17 de marzo de 2011

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En el mundo hay varias civilizaciones distintas…

siete, por lo menos.

La «nuestra» se llama algo así como «judeocristiana»,

y se supone que sus valores morales se basan en los de la Biblia.

Otro día, si usted quiere,

podemos seguir investigando someramente

las respuestas que dan los Definitivamente Otros

a las cuestiones que nos ocupan ahora mismo.

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Nuestra bella civilización occidental, que…

(( Hergé  –  El Loto Azul ))

Por otra parte, es evidente que «nuestra» bella civilización no practica lo que predica. Sería más exacto decir que promueve los «valores de Occidente». Desde el punto de vista de la geografía, eso viene a ser un conjunto de ideas que -al parecer- comparten los equipos de gobierno -no el conjunto de la población- de algunos países -obviamente, no todos- que están en el «Oeste». Como si el mundo fuera plano y su centro estuviera a mitad de camino entre Constantinopla y Roma. Digamos, en Atenas.

Contra lo que nos ha hecho creer hasta hoy la propaganda ateniense, la mayoría de las ciudades-estado griegas no eran democracias. En los tiempos de Pericles las decisiones se tomaban por mayoría, pero sólo una parte bastante pequeña de la población tenía derecho a votar en la asamblea de ciudadanos. Aquí le dejo un enlace a un texto que he encontrado en Internet. Se titula «Propaganda de la buena». Dracogeno desmonta hábilmente estas patrañas, cosa que es de agradecer.

Dracogeno  –  Propaganda de la buena

Las cosas no eran muy diferentes en Roma. En teoría, la «auctoritas» del Imperio se fundaba en una «lex» inspirada en la «iustitia». Los jueces la aplicaban con una «aequitas» basada en la «virtus». Por otra parte, también tenían un gran cuerpo doctrinal de «mos». Petr Beckmann nos habla de la dura realidad en su libro «A History of Pi». En el capítulo «The Roman Pest» analiza cuál podía ser el comportamiento práctico de los legionarios a la luz de lo que vio en Checoslovaquia cuando las tropas soviéticas acabaron con la «primavera de Praga». Una de mis modestas aportaciones al tema está en «El Imperio contraataca», publicado en «Ultima Hora» el 29 de marzo de 2003 y disponible en el site.

Durante la Edad Media, la Iglesia Católica Apostólica Romana predicó las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. La reforma protestante cambió algunos elementos secundarios del cristianismo, manteniendo incólumes todas sus bases ideológicas… Ahí siguen hoy.

Otra formulación clásica de los «valores de Occidente» es la que nos legó la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. El orden en que se enuncian es importante, porque marca una escala de prioridad. En la Francia del absolutismo sólo había un ser humano libre: el rey. Los demás no tenían derechos. El soberano podía, por ejemplo, condenarlos a galeras con una simple «lettre de cachet». Por real prerrogativa: sin explicaciones, sin proceso público, sin apelación y sin manías. En semejante estado de cosas, se entiende fácilmente que el primer concepto que les vino a la cabeza a los súbditos fuera el de Libertad. Cuando decimos que «ahora hay democracia», no nos referimos a un hipotético «gobierno del pueblo». Sólo hablamos de una cierta garantía constitucional de algunas libertades individuales. Eso implica limitaciones efectivas a la arbitrariedad de los funcionarios del Estado, y a su capacidad de interferir en los asuntos privados de los ciudadanos particulares mediante la coacción.

Y la Igualdad fue el segundo concepto, porque la Justicia brillaba por su ausencia. La aristocracia de cuna tenía unos derechos hereditarios que ejercía prácticamente sin cortapisas. El resultado era una opresión insostenible… El Antiguo Régimen terminó en una carnicería que todavía resiste la comparación con las matanzas industriales de ahora mismo.

En cuanto a la Fraternidad, la armonía social exige a veces que cedamos algo a lo que tenemos derecho en favor del interés público. Por otra parte, lo habitual es que la Fraternidad empiece y acabe en el seno de grupos concretos: nuestros connacionales, nuestros correligionarios y, muchas veces, sólo nuestros comensales. En cuanto a nuestros congéneres, parece que el término comprende el conjunto del «género humano», pero podría creerse que se refiere a los dos géneros gramaticales. Si sólo nos sentimos solidarios de los seres humanos de nuestro mismo sexo, y tratamos a los del otro con una enemistad implacable, al machismo se opone el hembrismo. Mantener a toda costa la pretensión de una igualdad ficticia entre hombres y mujeres nos está llevando a situaciones grotescas. La Justicia es tratar igual lo que es igual, y la Equidad es tratar diferente lo que es diferente. Por otra parte, esta Igualdad que se predica como universal no se aplica a los extranjeros/as «sin papeles». Por eso hay mujeres que eran tituladas superiores en su país cuidando niños y ancianos y haciendo labores domésticas en éste… para que las «nuestras» asuman roles cada vez más masculinos.

Andrés Ortega  –  Los ancianos y su cadena…

Ahora, los conceptos de Caridad y Fraternidad se han barajado y confundido en un mejunje que se llama algo así como «solidaridad», y no es más que «beneficencia». Tiene la gran ventaja de que su ejercicio práctico se puede delegar en «organizaciones no gubernamentales» de inspiración religiosa y/o laica, o directamente en funcionarios. Así, las «pensiones no contributivas» nos permiten volver el rostro ante los millares de indigentes que está generando a diario nuestro curioso sistema económico y «pasar» directamente de ellos.

Al parecer, la fórmula actual es algo así como Justicia, Libertad, Solidaridad, por este orden. Se supone que las leyes garantizan un equilibrio entre estos valores.

Ulpiano nos dejó una definición clásica de la Justicia: es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde. Ahora esto ya no tiene sentido… Hay que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, pero Dios ya no recauda casi nada y el César se está llevando la parte del león. A los ciudadanos de infantería nos queda muy poco dinero para ejercer la Justicia, y todavía menos para nuestras devociones.

Cuando un buen ciudadano ejerce su Libertad, sus derechos terminan donde empiezan los de otros. Es preciso que los mecanismos de la cohesión social equilibren las tendencias al individualismo… cuando no al egoísmo. Aquí resultan especialmente necesarias y útiles las lecciones de la Historia.

Curiosamente, cuando la Solidaridad pasa por delante de la Libertad y de la Justicia se producen situaciones absurdas, que lesionan tantos derechos o más que los ataques directos a dichos valores. Ya sabe usted que para mí la Tierra-media, el mundo que nos dio Tolkien, es más real que todas esas «Historias» con mayúscula que pasan por ser crónicas de hechos reales y sólo son catálogos de embustes escritos por unos plumíferos a sueldo de los vencedores. El Granjero Cotton nos habla de todo eso en los siguientes términos:

«Así las cosas fueron de mal en peor. No había tabaco, salvo para los Hombres; y el Jefe no toleraba la cerveza, salvo para sus Hombres, y cerró todas las tabernas; y cada vez había menos de todo, excepto Reglas, a menos que uno pudiera esconder algo de lo suyo cuando los rufianes hacían la ronda recogiendo alimentos «para distribución justa», o sea, que ellos se los comían y nosotros no, excepto por las sobras que te daban en las comisarías, si eras capaz de tragarlas. Todo muy malo».

«The Scouring of the Shire» (Arda LR,6,VIII:170)

Los aciertos son de Tolkien, y los errores de traducción son míos. Otro día, si usted quiere, podemos hablar brevemente de los valores de la Tierra-media. La cosa da mucho de sí… Tengo en casa unos cuantos libros que glosan la aplicabilidad de diversos aspectos de su obra, y son apenas una pequeña parte de la bibliografía existente.

Volviendo al buenismo hipócrita al uso, una de sus plasmaciones prácticas es que una serie de cosas que antes se resolvían en el ámbito doméstico se han vuelto materias de orden público. Su tratamiento -que no solución- compete exclusivamente a policías y jueces. Y en última instancia, a los políticos que hacen -al menos sobre el papel- esas leyes tan justas y/o tan igualitarias, que van a mejorar la convivencia humana hasta que lleguemos al Paraíso en la Tierra: la Verdadera Corrección Política.

Ahora mismo, el Superior Gobierno está muy ocupado metiendo las narices en los asuntos privados de los ciudadanos particulares -cosa que se presenta como un gran progreso moral- y procesando por delitos gravísimos a una serie de políticos aparentemente interminable. Es un entorno ideal para los delincuentes de poca monta, y también para los de «guante blanco», porque la «opinión publicada», que no pública, se entretiene con esas cosas, y sus fechorías no provocan «alarma social».

Otro día, si usted quiere, seguiremos analizando las actividades de los Poderes Que Son. Como es natural, todas ellas están debidamente justificadas en nombre de la Sabiduría Convencional. Mientras tanto, aquí le dejo la pregunta clásica, en la inmortal formulación de Juvenal y del Coronel Dabney: «quis custodiet ipsos custodes?», ¿quién vigila a los vigilantes?

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«Quis custodiet ipsos custodes?», ¿quién vigila a los vigilantes?

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