Dedicado a Joan Antoni Torres Planells
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A mí me gusta la música. Y no sólo la clásica.
También me interesa la popular, tanto la tradicional como la moderna.
Para mí, la música es uno de los grandes placeres de la vida.
La mayor alegría que me ha dado hasta ahora el Ayuntamiento de Vila ha sido
aquella actuación de Jordi Savall en Santo Domingo, el 9 de mayo de 2003.
A otros seres humanos les gusta el ruido. Cuando su club de «fúmbol» gana alguna competición, sacan los coches a la calle y lo celebran a bocinazos hasta las tantas. Al parecer, les importa bien poco que los demás seamos de su equipo, de otro o de ninguno. O que al día siguiente hayamos de madrugar. O que tengamos un derecho evidente al descanso nocturno. La policía municipal tolera estas conductas, que no parecen especialmente difíciles de reprimir. Pero ya lo ve usted, los efectivos de servicio siempre están ocupados en otras intervenciones de más fuste y esos «hinchas», que se comportan como unos vulgares gamberros, perturban repetidamente el descanso nocturno de miles de ciudadanos sin que se les sancione de ningún modo. Como es natural, la impunidad refuerza esas conductas tan singularmente incívicas.
A otros seres humanos también parece gustarles mucho la música. Les gusta tanto que suben el volumen hasta que ni ellos ni nadie puede pensar en otra cosa. Tal vez la raíz del problema sea que confunden la calidad con la cantidad. Discotecas «normales», macrodiscotecas y demás inventos de parecido jaez destrozan los nervios auditivos del personal a los sones de «Yo quiero bailar toda la noche». Que, por otra parte, es una canción bien simpática…
Por todo eso, los municipios tienen unas ordenanzas sobre horarios y decibelios que han de cumplir dichos antros de esparcimiento nocturno. Cuando los vecinos se quejan por escrito de que no pueden dormir, les imponen multas, les precintan los amplificadores o les revocan la licencia de apertura. Al menos, en teoría, porque no actúan hasta que se hayan acumulado tropecientas denuncias.
Yo vivo en Ses Figueretes. En el barrio hay algunos «bares musicales». Cuesta mucho controlar sus emisiones sonoras y sus horarios de cierre. El jueves 12 de agosto de 2004, por la tarde, el conocido periodista Nacho Lahuerta pronunció el pregón de apertura de las fiestas del barrio. El programa estaba pensado para dar ritmo a las personas que quisieran sacudir el esqueleto en la plaza de Julián Verdera. Digamos, en un radio de veinte metros en torno al tablado donde actuaban los músicos. El domingo, la Orquesta Tanit puso el broche de oro a las manifestaciones del arte de Euterpe. Pero ya era demasiado tarde para mí. Unos potentes amplificadores me habían tenido despierto tres noches seguidas hasta las tantas y pico. A la cuarta, el placer de la música se había convertido en una pesadilla.
Al parecer, es un problema semántico. El Ayuntamiento cree sinceramente que los ene watios de los negocios particulares son ruido, pero los ene mil del Ayuntamiento son música. Todo depende de que nos pongamos de acuerdo sobre esta importante cuestión terminológica. ¿Cuántos kilowatios hacen falta para convertir la música en ruido? Sin entrar en más valoraciones, convendrá usted conmigo en que un estruendo que se oye desde los multicines de la Avinguda de la Pau es a todas luces excesivo para amenizar las veladas de algunos centenares de noctámbulos en la playa de Ses Figueretes. En cuanto a los horarios, ¿a qué hora se levanta usted los viernes? ¿Y los lunes? Pues eso.
Y el día 21 del mismo mes, que caía en sábado, hubo otra actuación «musical’ en la pista de «skateboard» de Vila. La contaminación acústica llegaba por lo menos hasta la clínica de Ca’n Misses, perturbando el sueño de miles de personas.
La conclusión ineludible es que el Ayuntamiento de Eivissa padece un desdoblamiento de personalidad, como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Por una parte mantiene un patronato para cultivar la Música con mayúscula, y un cuerpo de policía entre cuyas funciones está la de hacer cumplir, con la energía que proceda en cada caso, las ordenanzas municipales en materia de ruidos nocturnos, y todas las demás. Por otra, cada vez que la propia corporación monta algún sarao en la vía pública, el clamor de sus altavoces deja en ridículo los frenéticos esfuerzos de los numerosos alborotadores que habitan y visitan esta hermosa ciudad por alterar el reposo nocturno de los vecinos. Deben creer que eso da votos.
En los veintipico años que llevo aquí, la cosa no ha hecho más que empeorar. Las fiestas patronales siempre son un tanto gregarias. Nadie tiene razones personales para estar contento, y a veces la cosa queda un tanto forzada y artificial. Antes era fácil salir de su radio de acción, porque el volumen de la música estaba limitado por la capacidad pulmonar de los intérpretes. Ahora, por el presupuesto para comprar o alquilar equipos de megafonía. O por el sentido común de los organizadores… de los que miden la alegría en kilowatios.
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Música moderna en Eivissa…
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