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Ultima Hora, 24 de agosto de 2004

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El día 23 de julio de 2004 subí de nuevo a L’Hospitalet,

para ver la obra que presentaba Michel Buades.

Digo «de nuevo» porque he descubierto el lugar hace muy poco,

y cada vez que voy por allí aprendo alguna cosa.

Antigua, y quizá muy antigua… pero nueva para mí.

No sé si ha leído usted mi texto sobre el «Laberinto ordenado» de Cis Lenaerts y Pepín Valdés. El presente, sin ser una segunda parte, tiene ciertos elementos comunes. La intervención de Michel Buades se hace en el mismo espacio. Para mí, está marcado para siempre por el Laberinto de Cis y Pepín. Fue mi primer «trabajo constructivo» en el lugar, y por eso tuvo algo de experiencia iniciática. Desde el punto de vista arquitectónico, sigue siendo un templo.

El primer elemento común es que en mi Laberinto decía yo: «En esta ocasión tuve la suerte de coincidir en el Portal Nou con alguien que, según mi «educated guessing», iba para allá, de modo que seguí su mismo camino. Y, curiosamente, llegamos en un santiamén. Para transitar por un Laberinto, que simboliza el Caos, no hay nada mejor que un Guía. Por cierto, por si me lee… «un gros merci».

Eso está en las hemerotecas. La coincidencia es que el aludido era… Michel Buades. Por razones que no hacen al caso, lo conozco por su nombre desde hace mucho tiempo. Sé que es profesor de lengua francesa, pero no tenía noticia de sus aptitudes para las artes plásticas ni de sus estudios de filosofía.

El segundo elemento de continuidad – y de contraste – es que la base y sustancia de esta instalación es el tiempo. La de Cis y Pepín versaba sobre un espacio organizado. Las cometas sugerían el movimiento del aire, pero a modo de alusión simbólica y estática. Eso sí, los actos de inauguración y clausura tuvieron componentes dinámicos, y energía y contenido más que suficientes para poner de relieve las posibilidades escénicas de L’Hospitalet y del propio Laberinto.

Así, mi primera percepción del trabajo de Michel Buades tuvo mucho que ver con una ausencia: la de aquellas esculturas de aire, las cometas rojas que captaban la atención del espectador con la fuerza viva del fuego. Tuve que volver a «tomar las medidas» del templo y de la instalación, porque Michel Buades se mueve por una geometría diferente. Su trabajo empieza con una pregunta explícita, expresada en el título: ¿qué mide el tiempo?

Mi respuesta es que el tiempo mide la vida humana. Usted dirá que eso es subjetivo, y no «científico». Tal vez, pero antes de que hubiera seres humanos tampoco había nadie que tuviera conciencia de su transcurso… Si nuestra especie se extingue, puede que el tiempo siga existiendo objetivamente, pero eso no tendrá importancia para nadie… En cuanto a usted y a mí, nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar… La noción del tiempo, la memoria del pasado y la anticipación del futuro nos privan del presente… que es lo único que tenemos.

Entremos en materia. La instalación se compone de varios objetos distintos, dispuestos para ser captados como un conjunto desde la puerta del templo. A primera vista son seis. Pero es necesario hacer un viaje por el interior para verlos más de cerca, uno a uno. Al fin de la circunambulación, la pregunta que vertebra el trabajo estará enmarcada en una serie de símbolos, ordenados según mis criterios, porque yo he decidido cómo explorar el espacio siguiendo mis reglas. Vamos a enumerarlos…

En el centro hay un «safareig», un depósito horizontal que recoge el agua que proviene de la lenta fusión de un bloque de hielo en cuyo núcleo hay un libro. Me recuerda una fuente de la Alhambra. El tiempo fluye como el agua, en un solo sentido. Si lo perdemos, es para siempre. No hay retorno. La asociación mental obvia es la clepsidra, el reloj de agua de los griegos.

En la primera capilla a la izquierda del templo hay una variante del tema: una plancha de metal colocada verticalmente, tal vez un «safareig» estilizado, tiene al pie un recipiente cuadrado que contiene otro bloque de hielo con su correspondiente libro, enmarcado por dos velas encendidas, que simbolizan tradicionalmente la brevedad de la vida humana. El conjunto me recuerda el monolito de «2001», que es sin discusión uno de los artefactos más impactantes del arte del siglo XX… para mí, el que más. En la segunda capilla el tema se repite sin variación, o con diferencias tan sutiles que no las percibo.

Después, la estructura del templo hace preciso subir tres escalones para llegar al espacio donde estuvo el altar. Simbólicamente, es el punto culminante del viaje, la escalada a la cima. Allí vemos otro paralelogramo, pero es horizontal. Está presidido por siete depósitos estáticos de agua, que acaso estuvo helada. Y en el suelo hay algo que no se ve desde la puerta. Cuando hemos hecho el trabajo de dar los tres pasos y ascender los tres escalones, encontramos una plancha negra rectangular, ordenada por quince velas encendidas que iluminan y enmarcan un conjunto de libros sin letras. Para mí, la asociación con el «monolito» de «2001», que transmite las luces del conocimiento a nuestros antepasados, es tan fuerte que ofusca otras percepciones posibles.

La tercera capilla nos presenta una variante del tema: en el suelo hay un grupo de libros en aparente desorden, en vez del recipiente con hielo y velas. Y la cuarta capilla contiene otra variante. Tendré que ir a verlas de nuevo. Probablemente se me ha escapado alguna cosa. Pero vuelvo a tener la rodilla inflamada…

A primera vista, el número clave que subyace en la obra y la ordena es el seis. Pero una observación más detenida me hace pensar que la cifra es el siete. Desde la entrada vemos seis elementos, pero al concluir el periplo hemos contado siete. Y siete son también los «safarejos» en miniatura que coronan el «retablo» de la instalación. Me sorprendió que contuvieran agua y libros, que están hechos de madera. En el punto más elevado del «camino» esperaba encontrar aire o fuego… Es otro eco del Laberinto.

Y he dejado para el final el artefacto más potente de la instalación. Por si hiciera falta subrayar que los libros simbolizan el saber, los que aparecen en esta obra han sido lavados con agua hasta dejarlos en blanco. Las palabras que contuvieron se han ido con la tinta. Aparecen como soportes abstractos. Están metidos en bloques de hielo que se deshacen con el calor. O con el trabajo humano… a golpes de martillo. Es decir, aportando energía. Una lectura posible: el estudio perseverante nos dará el verdadero saber.

Por cierto, no pretendo para nada haber descifrado lo que quería decirnos Michel Buades cuando concibió su trabajo. Esto es una interpretación, que lo toma como punto de partida… como una partitura musical. Una obra de arte es tanto más útil cuanto más abierta sea, y cuanta más libertad deje al espectador. Cada sensación, cada reacción, cada pensamiento, cada respuesta… la actualizan, convierten su arte potencial en arte actual, material y real… en hechos vividos por alguien. En este caso, por mí.

Otro día, si usted quiere, podemos seguir reflexionando sobre los libros. En el marco de un templo, la asociación inevitable es la Sagrada Escritura. En nuestra tradición, son cosas consustanciales. Por otra parte, hace tiempo que tengo pendientes unos trabajos sobre la esencia de los libros, a partir de citas de Borges, de Tolkien y de Unamuno. Esta obra de Michel Buades me ha hecho reflexionar sobre la importancia del libro como soporte y símbolo, haciendo abstracción de lo que contiene.

Bueno… ¿una imagen vale más que mil palabras? La próxima vez que vea a Michel Buades tengo que preguntarle si ha visto «2001», si ha leído el libro de Clarke, y qué piensa de todo ello.

Y tenía este trabajo casi a punto cuando me llegó la noticia de la muerte prematura de una persona que conocía por su nombre. Este hecho inaceptable ha venido a confirmar de la peor forma posible que la vida humana es como un bloque de frío hielo que perdura mientras no le llega la luz del sol… o como un libro en blanco que escribimos cada día… o como la luz de una vela que se extingue de pronto.

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Juan Manuel Grijalvo – «2001, una Odisea del Espacio»…

Michel Buades Benazeraf…

Cis Lenaerts y Pepín Valdés – Laberinto ordenado…

Filosofía…

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