Detrás van unos patitos, pero son amarillos y no se ven a causa del reflejo del sol…

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Dedicado a Roberto Vidal Pereyra

Última Hora, 11 de enero de 2001

Imágenes captadas en Santa Eulària des Riu el 26 de octubre de 2002

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Antes de la invención de los vehículos de tracción mecánica, los medios de transporte dependían de fuentes naturales de energía, como el viento, las corrientes marinas o el metabolismo animal. El esfuerzo humano es un caso particular de éste último. Otro día, si usted quiere, podemos hablar un poco de la historia del transporte. Es una buena forma de abordar el estudio de las sociedades humanas. Ya dijo Ruby Barnes, en «Cita con Rama» de Arthur C. Clarke, que puede usted averiguarlo todo sobre una cultura estudiando qué barcos construyen y cómo lo hacen. Tal vez sea una afirmación exagerada, pero no mucho.

Uno de los efectos del abandono de la tracción a sangre fue un gran aumento de la velocidad de los vehículos. Si circula usted por carretera, habrá visto otro: muchos animales muertos. No tengo cifras para Eivissa, pero Joaquín Araújo dice que, sólo en este país, los coches atropellan unos ocho millones de vertebrados cada año.

No sé si el Ministerio de Fomento contabiliza el impacto de los automóviles sobre la fauna silvestre. Es difícil decir en cuántos euros hay que tasar la vida de cada bestezuela. Depende, supongo, de su edad, de su capacidad reproductiva, de si la especie está amenazada de extinción, etcétera. Una de las peculiaridades de nuestro curioso sistema económico es que nos hace creer que las cosas que no tienen precio son gratis…

Por eso cambia la cosa cuando hablamos de animales domésticos. Muchos de ellos no son más que bienes semovientes. Los criamos porque nos sirven para producir alimentos u otras mercancías. Una gallina atropellada vale lo mismo que los huevos que dejó de poner. Si un cerdo que va en camión al matadero fallece en accidente de tráfico, la indemnización que cobrará su propietario es su precio como cadáver. A efectos monetarios, ya estaba muerto.

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… y aquí sí los ve usted, siguiendo a su madre hacia el río como está mandado.

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Y la cosa vuelve a cambiar si son animales de compañía. Viajan en nuestros vehículos más como pasajeros que como equipaje. No hace mucho, un avión hizo un aterrizaje de emergencia porque alguien había puesto por error un perro en una bodega sin presurizar. Por el cerdo de antes no lo hubieran hecho, porque vale lo mismo vivo que abierto en canal. El perrito, en cambio, es «como de la familia», y sus dueños habrían montado un pollo considerable al hallarlo difunto en su jaula. La indemnización intentaría reparar el daño moral infligido a sus amitos por el lamentable deceso de su mascota, etcétera. El cerdo se paga a tanto el kilo y punto…

La circulación de automóviles tiene impacto sobre los tres tipos de animales de que hemos hablado. Estas categorías son totalmente antropocéntricas. Derivan de nuestras discutibles ideas sobre nuestro lugar en el Cosmos, de nuestros intereses económicos y, cómo no, de nuestros prejuicios en favor o en contra de tales o cuales bichos. Los mamíferos y las aves tienen mejor prensa que los reptiles y los anfibios. Por no hablar de los insectos, que revientan por millones contra los parabrisas… A nadie le importa un bledo. Ni siquiera nos preocupamos por las abejas, que nos suministran – bien a su pesar – miel, polen, jalea real, cera y los eficaces medicamentos contra el reumatismo que se obtienen de su veneno. Hemos de proteger la biodiversidad: aún no sabemos de qué insignificante organismo vamos a sacar el fármaco que cure el cáncer de páncreas o el mal de Alzheimer.

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Todo esto tiene un sentido especial en estas islas, donde buena parte de la fauna silvestre es endémica. Si un coche chafa un animalito no desaparece la especie, pero si cada vez hay más coches… Además, las carreteras modernas invaden y fraccionan su hábitat, dividiendo las poblaciones en grupos cada vez más pequeños, que podrían llegar a ser inviables. Los seres humanos ya hemos causado la extinción de un número incalculable de especies, que tenían tanto derecho a estar en el planeta como nosotros. Y ya ve usted que un mundo donde no pueden vivir los bichos pronto será inhabitable para los seres humanos también. Una cosa es que matemos animales para comer, como los demás predadores, y otra que los aplastemos sin darnos cuenta porque hemos quedado a cenar con unos amigos en un restaurante al que sólo se puede llegar en coche.

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«En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras».
Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas.

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Otro día, si usted quiere, podemos hablar de los cambios necesarios para reducir los costes de nuestro derecho a la movilidad. Que son enormes y que seguirán creciendo en el futuro si no hacemos algo ya mismo.

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