El Norte de Castilla, 4 de mayo de 2008

La dichosa mariposa que sigue aleteando en un rincón del mundo y, en su ingenuidad, cree que su movimiento apenas perceptible despierta un tornado en el otro extremo del planeta. Ganan mis paisanos agricultores unos miles de duros más con la subida del trigo; los vietnamitas que cultivan arroz con el agua hasta las rodillas ven incrementadas mínimamente sus rentas y, nos cuentan, la vibración de las alas despierta hambrunas en el mundo. Anda mi madre pesarosa de que sus pocas fincas produzcan miserias cuando hasta ahora criaban trigo, de que la ONU le culpe de las hambres de Somalia, de que los organismos humanitarios no puedan comprar alimentos, de que los más pobres de los mexicanos no puedan comer tortitas.

Culpan los expertos a los hindúes y a los chinos de que maten sus fajinas a costa de la muerte de otros y que su ansia de pan o de arroz hervido incremente los precios de los alimentos hasta niveles prohibitivos y nosotros, como loritos amaestrados, repetimos la consigna en los bares, en la calle, en las tertulias radiofónicas, en los artículos periodísticos. Claro, decimos como tontos, como la India y China han experimentado un gran auge económico. Lo dijeron, lo dicen también con el petróleo.

Tendría que pagarle a mi madre, pequeña, muy pequeña agricultora, un viaje a Chicago. Y tendría que llevar también, para que la acompañaran, a los millones de habitantes de la India y de China que han conseguido poner un trozo de pan o un plato de arroz en su mesa para que vieran la realidad del asunto y desaparecieran sus complejos de culpabilidad. Es muy probable que no nos dejaran entrar en esos mercados de la especulación, pero quizá así alcanzaríamos a comprender la razón del incremento de ciertos alimentos.

¿Dónde piensan ustedes que están las inmensas fortunas que, en los últimos diez o quince años, se han generado con la construcción y el auge de las hipotecas? Se habla de crisis muy alegremente, pero nadie parece preguntarse adónde han ido a parar las fabulosas cantidades de dinero que se han ganado. Una vez saturado el mercado inmobiliario, una vez que los grandes grupos especuladores consiguieron sacar hasta la última gota de leche a la vaca del ladrillo, han huido en busca de nuevos mercados, al reclamo de plusvalías que sacien su sed de ganancias, caiga quien caiga. Y se han fijado en el arroz, en el trigo, en el hambre. Si hace una o dos décadas vieron claramente que la necesidad de vivienda podía convertirse en un negocio digno del rey Midas y se lanzaron al festín que ahora ha generado la crisis que todos vamos a pagar, en la actualidad se dedican a especular con los cereales sin importarles que se desate una hambruna sin precedentes. No les supuso ningún cargo de conciencia elevar artificialmente el precio de la vivienda hasta que no alcanzaran dos vidas para pagarla y no les quitará el sueño que el pan no llegue a las sabanas africanas. Ese dinero especulativo, que atiende solamente a la ganancia, cuanta más alta mejor, no entiende de preceptos morales ni de comportamientos éticos.

Es en Chicago y en los despachos donde se manejan los grandes fondos de inversión, y no en los campos de trigo de Castilla ni en los arrozales de Vietnam, donde se especula, donde se controla el tráfico de cereales, donde se incrementa su precio. Son una o dos docenas de consejos de administración los que propician la hambruna mundial, no la mariposa de Lorentz.

Los pobres siempre han sido un magnífico negocio y pocas cosas son más rentables que el hambre. Un día deciden vendernos armas, otro acuerdan que es hora de que tengamos una vivienda y de que los solares se transformen en cuevas de Alí Babá, tanto por los ladrones como los piratas, otro que el arroz o el trigo son bienes escasos Y siempre llega la hora de recoger beneficios y nos dejan tirados en la miseria, con la misión de salir de la crisis que ellos han creado. Ya no quieren seguir financiando hipotecas, los fondos de Nueva York, de Asia, de Chicago, de los jubilados suecos levantan el vuelo en busca de nuevas oportunidades y dejan tierra quemada a sus espaldas, como cuando los vikingos se acercaban a las aldeas de las costas para saquearlas.

Y siempre, ahora con el problema de los alimentos, ayer con el del ‘boom’ inmobiliario, en el 29 con la caída de la Bolsa, en los setenta con la subida del petróleo, se las arreglan para que sea en los más necesitados en los que recaiga toda la responsabilidad, en generar mentiras que aceptamos como corderitos. Es ciertamente hilarante, a la vez que indignante, que se culpe a China y a la India de que el trigo y el arroz hayan multiplicado sus precios. Pero, ¿cuál es el mensaje final que se pretende dejar en la mente del ciudadano de a pie? Que necesitamos que una parte del mundo siga sumida en la pobreza para que podamos mantener nuestro nivel de vida. Pasa lo mismo con la inmigración y los perversos anuncios de que su incremento de derechos supone una merma en los nuestros.

Lo cierto es que, más allá de la política, estamos gobernados por seres sin escrúpulos, por financieros que no generan ninguna riqueza, sino que buscan la plusvalía inmediata y para quienes la vida y la dignidad no son más que palabras que utilizar en sus conferencias o ruedas de prensa. Ni mariposa ni gaitas.

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Tomás Val…

Este artículo me lo ha enviado Castor Sanz…

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