En la página 15 de su libro «Tecnología popular española» dice lo siguiente:

«Afortunadamente en este libro no hay por qué echar un cuarto a espadas en favor de la técnica, ni sentirse predicador científico, ni moralista utilitario. Porque el contenido de los estudios que lo componen se refiere a un estadio ya vetusto de la técnica misma, que es el que puede comprender un humanista con poca preparación físico-matemática: la necesaria para entender lo que es un arado, un molino de viento o una noria. Los ingeniosísimos «inventos» de que aquí se trata constituirían el «atraso» o el «antiprogreso» para los «progresistas de misa y olla» de que hablaba antes y que en cada provincia son legión. Porque también es bueno esto de que, en los últimos tiempos, toda la gente chapada a la antigua que nos amargó la juventud por su conservadurismo teórico, haya abrazado la causa del «Progreso», que consiste en afear y aún emporcar el país sistemáticamente, para ganar unos cuartos.

Esto hace que un amigo mío, hombre de fe, navarro y jesuita por más señas, haga una sutil distinción entre «conservadores» y «conservaduros». Y el «conservadurismo» está a la orden del día, de suerte que no deja títere con cabeza en materia de arte, paisaje, naturaleza, etc. ¡Cómo va a conservar esta tendencia triunfante pobres artefactos viejos e inútiles, si destroza ermitas, palacios o barrios enteros de belleza y lujo!

Julio Caro Baroja…

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