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De «Hombres a la aventura», Aymá, Barcelona, julio de 1953

Original francés: «A l’aventure», La table ronde, 1952

Traducción de Víctor Scholz, con algunas modificaciones de Juan Manuel Grijalvo

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La anécdota que vamos a referirles ocurrió en África, pero hubiera podido suceder en cualquier otra parte. Sin embargo, el hecho de que los dos héroes fueran «africanos» y el hecho de que se desarrollara en el mismo corazón del continente negro le proporciona, tal vez, un sabor particular; por eso la hemos incluido aquí.

Los escoceses del mundo entero celebran cada año el aniversario del nacimiento de Robert Burns, su querido poeta popular. Tanto si son numerosos como si sólo son dos o tres, lo mismo en la ciudad que en el campo, a bordo de un barco, en la jungla o en el bosque, los escoceses se reúnen para celebrar este día. Es la Burns’s Night, la velada en honor de Burns.

El poeta nació durante la segunda mitad del siglo XVIII y murió a los treinta y siete años de edad. Era un pobre aldeano que tenía mucho talento. Dudo que exista en su patria un hombre, una mujer, o incluso un niño que no sepa de memoria muchos de los versos de Rabbie Burns.

Una Burns’s Night empieza, ni que decir tiene, con una buena comida, copiosamente rociada. El plato fuerte es el haggis nacional… En el vientre de un carnero, se asan el hígado y el corazón, a lo que se agrega grasa y mucha cebolla. Después del banquete, se cantan canciones escocesas y se bailan las mismas danzas que en tiempos del poeta.

Burns sabía expresar las emociones humanas… en unos versos espontáneos, a menudo profundos, siempre impregnados de una viva lozanía. Poseía el lirismo de un Villon, de un Verlaine o de un Heine, a veces con cierto parecido a Béranger o Musset.

Con suma espontaneidad, escribía versos, que nos hacen sentir el olor del brezo, del heno cortado, de la tierra después de la lluvia. Los hay que nos hablan de la caída de una gota de agua sobre la hoja de un árbol. Amaba, por encima de todo, los montes y el cielo de su país, las jóvenes escocesas y los amigos leales. Era a la vez tierno, triste… e impulsivo.

«Si no nos hubiésemos amado tan tierna y ciegamente, si no nos hubiésemos encontrado y separado, nuestros corazones no se habrían partido».

Had we never lov’d sae kindly,
Had we never lov’d sae blindly,
Never met — or never parted —
We had ne’er been broken-hearted.

Por el camino vio una rosa: seguidamente surgió una canción que conocen todos los británicos:

«Mi amada es como una rosa encarnada que se abre en junio»:

O, my luve is like a red, red rose,
that’s newly sprung in June…

Pero él negaba que fuera poeta:

«No soy más que un simple rimador y eso me ha venido por azar, apenas sé nada de nada, pero eso ¡qué importa!»

I am nae poet, in a sense;
But just a rhymer like by chance,
An’ hae to learning nae pretence;
Yet, what the matter?

Amaba a todas las jóvenes bonitas. ¿Un juego peligroso? ¡Qué importaba! A fin de cuentas:

«Un hombre puede beber sin ser borracho, un hombre puede batirse y no ser muerto, un hombre puede encontrar una belleza… ¡y ser bien recibido cuando regresa!»

A man may drink, and no be drunk;
A man may fight, and no be slain;
A man may kiss a bonie lass,
And aye be welcome back again!

Trabajaba penosamente sus parcelas de tierra:

«Nada tengo para prestar, nada pido prestado a nadie».

I hae a penny to spend,
There – thanks to naebody!
I hae naething to lend,
I’ll borrow frae naebody.

Sabía, como tantos otros, que «la vida y el amor no son más que sueños».

The merry ploughboy cheers his team,
Wi’ joy the tentie seedsman stalks;
But life to me’s a weary dream,
A dream of ane that never wauks.

And maun I still on Menie doat,
And bear the scorn that’s in her e’e?
For it’s jet, jet black, an’ it’s like a hawk,
An’ it winna let a body be.

Cierto día exclamó: «¡Ah, si pudiésemos vernos como nos ven los demás!»

O wad some Power the giftie gie us
To see oursels as ithers see us!
It wad frae mony a blunder free us,
An’ foolish notion:
What airs in dress an’ gait wad lea’e us,
An’ ev’n devotion!

Detestaba la exageración: «El hombre demasiado bueno es un imbécil, el hombre demasiado sensato, también».

My Son, these maxims make a rule,
An’ lump them aye thegither;
The Rigid Righteous is a fool,
The Rigid Wise anither.

Practicaba el culto de la amistad:

«Ayudar a un hermano, ¡oh, qué felicidad!»

Affliction’s sons are brothers in distress;
A brother to relieve, how exquisite the bliss!

No se hacía ninguna ilusión sobre sí mismo:

«Dios lo sabe, yo no soy lo que debiera ser. Tampoco soy lo que podría ser…»

God knows, I’m no the thing I should be,
Nor am I even the thing I could be,
But twenty times I rather would be
An atheist clean,
Than under gospel colours hid be
Just for a screen.

Poco tiempo antes de morir, escribió:

«¡Oh, muerte, el más querido amigo del pobre, el más tierno y el mejor!»

O Death! the poor man’s dearest friend,
The kindest and the best!
Welcome the hour my aged limbs
Are laid with thee at rest!
The great, the wealthy fear thy blow
From pomp and pleasure torn;
But, oh! a blest relief for those
That weary-laden mourn!

pero siempre tuvo confianza en el porvenir del mundo:

«A pesar de todo, a pesar de todo, llegará un día en que, sobre la tierra, todos los hombres, al fin, serán hermanos. A pesar de todo, a pesar de todo…»

Then let us pray that come it may,
(As come it will for a’ that,)
That Sense and Worth, o’er a’ the earth,
Shall bear the gree, an’ a’ that.
For a’ that, an’ a’ that,
It’s coming yet for a’ that,
That Man to Man, the world o’er,
Shall brothers be for a’ that.

En la capital de una región del África negra, cuyo nombre me reservo, el gobernador me dijo un día:

– Tenemos aquí a un puñado de escoceses con residencia fija. Han llegado otros muchos, entre los cuales se encuentra el famoso Sir Angus, ya que hoy es el aniversario del nacimiento de Burns. He podido procurarme la receta del haggis y uno de nuestros residentes posee una gaita y sabe tocarla. Sólo hay que estudiar la cuestión de los discursos. Sir Angus está de acuerdo: sólo dos, el suyo y el mío. Desgraciadamente, mi inglés es bastante flojo y jamás he leído a Burns. Por favor, sea usted amable y prepáreme un pequeño discurso con algunas citas que hagan alusión a la fiesta que hoy se celebra.

Me senté frente a mi máquina de escribir y comencé:

«Sir Angus, señores: Antes de pasar a darles la bienvenida, y de agradecerles su asistencia a esta velada en honor de Burns, séame permitido decirles que apenas sé hablar su idioma…».

Estaba terminando el discurso del gobernador, cuando entró mi criado Den’dé y me dijo:

– Un señor quiere verte.

Entró Sir Angus, a quien había conocido ya en anteriores ocasiones durante mis viajes a África del Sur. Se excusó por interrumpirme, pero la cuestión era que aquella noche se celebraba una fiesta en honor de Rabbie Burns y que él tenía que hacer uso de la palabra.

– Querido amigo, soy un hombre de negocios. El diamante, el oro, el carbón, el cobre, todo eso lo conozco a fondo, pero los discursos nunca han sido mi fuerte. Ayúdeme usted y fabríqueme lo necesario. Y no se olvide de añadir algunas citas que hagan referencia a ese bueno de Burns. Como todo el mundo, aprendí de memoria varias poesías suyas cuando era joven, pero las he olvidado ya. Gracias por adelantado y… ¡hasta la noche!

Aquella Burns’s Night fue un éxito, más completo aún de lo que cabía esperar. Cuando todos los presentes hubieron tomado asiento, el gaitero dio la vuelta a la mesa interpretando The March of the Cameron Men… Cada escocés llevaba prendido de la solapa un pedacito de tela con los colores de su clan. La comida fué muy buena y el haggis excelente.

[Aquí, alguien declamó la «Address to a Haggis» de Burns.]

Se bebió mucho champán, pero aún más whisky. Un viejo escocés bailó la danza más célebre de su país, y, como no dispusiera de las dos claymores necesarias, colocó en el suelo dos enormes cuchillos de cocina cruzados. A coro cantaron una canción popular de la época: «I love a lassie, a bonnie Hielan’ lassie»

I love a lassie, a bonnie Hielan’ lassie,
If you saw her you would fancy her as well:
I met her in September, popped the question in November,
So I’ll soon be havin’ her a’ to ma-sel’.

Llegó el momento de los discursos. El gobernador había colocado su papel a su derecha. Sir Angus, su vecino de mesa, a su izquierda. Inadvertidamente, el gobernador cogió el de su huésped. Carraspeó y empezó a hablar aplicándose lo más posible para pronunciar bien el inglés:

– Señor gobernador, señores…

Hubo un momento de sorpresa y, después, estalló una carcajada general. Todos comprendieron inmediatamente lo que acababa de suceder. El gobernador iba a excusarse y a cambiar de papel, cuando Sir Angus, haciendo gala del célebre humor escocés, se volvió hacia el gobernador y le dijo:

Never mind, go on (No importa, continúe).

El gobernador prosiguió.

Hizo su propio elogio, habló emocionado de la bella región que tan bien le había acogido. Al hablar de Burns dijo: «nuestro querido poeta popular», «el que mejor ha cantado nuestra Escocia». Finalmente, el gobernador agradeció calurosamente al gobernador que hubiera tenido aquella feliz ocurrencia de homenajear a Burns en aquel perdido rincón de África, a miles y miles de kilómetros de Glasgow y de Edimburgo. Jamás olvidaría el homenaje que se estaba rindiendo a Escocia.

Los invitados lloraban de risa. Pero cuando, a su vez, Sir Angus se levantó y empezó a hablar, el jolgorio ya no conocía límites:

– Sir Angus, señores: Antes de pasar a darles la bienvenida, de agradecerles su asistencia a esta velada en honor de Burns, séame permitido decirles que apenas sé hablar su idioma…

El ruido de las carcajadas y los aplausos que sonaron en aquel momento debieron asombrar a las manadas de elefantes de la selva vecina, ya que Sir Angus tenía un acento escocés muy pronunciado.

Sir Angus rióse con los demás. Cuando se hizo la calma, prosiguió su discurso o, mejor dicho, el discurso del gobernador, hasta el final. El éxito fue grandioso.

Durante mucho tiempo se habló de aquella famosa noche de Burns. La fiesta terminó con el «Auld lang syne», que todos los presentes cantaron a coro y de pie, como es debido.

Should auld acquaintance be forgot,
And never brought to mind?
Should auld acquaintance be forgot,
And auld lang syne!

For auld lang syne, my dear,
For auld lang syne.
We’ll tak a cup o’ kindness yet,
For auld lang syne…

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