Dedicado a Ole Thorson Jorgensen
Eivissa, 9 de noviembre de 2006
Ha pasado mucha agua bajo los puentes desde que don Pedro Ribera partió de Valladolid, el 30 de octubre de 1860. Conducía el locomóvil de vapor «Castilla». Tardó veinte días en llegar a Madrid por las carreteras de la época. Hay dos libros sobre su viaje. Son «La aventura del Castilla», de Nicolás García Tapia y Juan Cano García, y «El viaje olvidado», de José Luis Chacel Tuya. Los ha publicado la Fundación para la Investigación en el Transporte y la Energía (CIDAUT). La importancia del caso, a mi juicio, viene de que el «Castilla» ya reunía todas las características del modelo de movilidad que padecemos hoy.
En este trabajo pretendo analizar los elementos semánticos de la movilidad sostenible en la lengua castellana. Entremos en materia.
Según el diccionario de la Real Academia (DRAE), «movilidad» viene del latín mobilitas. Nos da tres acepciones:
1. f. Cualidad de movible.
2. f. Bol. y Perú. Vehículo (medio de transporte). La movilidad aún no está reparada.
3. f. Perú. Dinero que se necesita para viajar o para trasladarse de un lugar a otro.
Glosando la primera acepción, diría que, aquí y ahora, movilidad no viene de movible, sino de móvil. Que, según el DRAE, viene del latín mobilis. Es algo «que puede moverse o se mueve por sí mismo» y también aquello «que no tiene estabilidad o permanencia». Entre los ejemplos de uso que nos da el DRAE figuran «teléfono móvil» y «telefonía móvil». Volveremos sobre ellos más adelante.
A mi juicio, de «movible» derivaría «movibilidad», la idea de que algo «mueble» puede ser movido. Un objeto puede moverse por sí mismo, como un automóvil, un automotor o un autovía, o remolcado por otro. De ahí que en los ferrocarriles se distinga entre infraestructuras fijas y material móvil. Hoy pasaremos sin comentario sobre la segunda acepción. Y la tercera es la más interesante: en Perú, la movilidad no es un derecho, sino el precio de una mercancía. Si no tiene usted dinero, no puede desplazarse. Como aquí y ahora ocurre lo mismo, habremos de incorporar este matiz pecuniario a nuestro uso del término. Tal vez la movilidad mecanizada vuelva a ser el lujo caro que fue hace no tantos años, o tal vez las nuevas tecnologías la universalicen. Las consecuencias económicas, sociales y mentales del crecimiento explosivo del transporte han sido, son y serán enormes.
Volviendo a la definición, «movilidad» viene a ser lo contrario de «estabilidad». El DRAE nos dice que esto es la «cualidad de estable. Estabilidad atmosférica, económica, de un coche». A su vez, «estable» viene del latín stabilis y es aquello…
1. adj. Que se mantiene sin peligro de cambiar, caer o desaparecer. Temperatura, economía estable.
2. adj. Que permanece en un lugar durante mucho tiempo. Inquilino estable.
3. adj. Que mantiene o recupera el equilibrio. Un coche muy estable.
El DRAE no nos habla de la estabilidad laboral, un concepto abstracto que casi todo el mundo ve como un oasis de paz en un mundo cada vez más perturbado. Las plazas funcionariales «en propiedad» y las hipotecas a plazos cada vez más largos se contradicen con la precariedad del empleo, tanto en el sector privado como en el público, y con la movilidad geográfica. Nuestro curioso sistema económico pretende combinar las supuestas bondades de estas cuatro cosas. Generalmente no lo consigue… sólo nos da versiones cada vez más degradadas del proyecto de vida que Julio Cortázar describió así::
La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente…
Artículo de Juan Manuel Grijalvo – Julio Cortázar : Historias de cronopios y de famas
Si la movilidad es la capacidad de desplazarse, algo que existe sobre todo en potencia, la estabilidad no es lo mismo que la inmovilidad. «Inmovilismo» es la actitud mental de quienes son contrarios a cualquier cambio. Sin ir más lejos, el partido único se llamaba «Movimiento». Era uno de aquellos ejercicios de malabarismo semántico tan típicos de la dictadura. Lewis Carroll nos da un buen ejemplo en «Through the Looking-Glass». Alicia viaja al País del Espejo y se encuentra con la Reina. Las dos echan a correr a toda velocidad, pero…
Alicia miró a su alredededor, muy sorprendida. «Vaya, creo que hemos estado todo el tiempo bajo este árbol. Todo está exactamente como estaba».
«Claro que sí», dijo la Reina, «¿y qué queríais?»
«Bueno, en NUESTRO país», dijo Alicia, que aún jadeaba un poco, «una generalmente llega a alguna otra parte – si una corre muy deprisa y largo rato, como hemos hecho nosotras».
«¡Un país de un tipo muy lento!», dijo la Reina. «AQUÍ, ya veis, hace falta correr tan deprisa como VOS podáis, para manteneros en el mismo lugar. Si queréis llegar a otra parte, habéis de correr al menos el doble de rápido».
Libro completo : http://www.edicionesdelsur.com/travesespejo.htm
Durante la dictadura, los aparatos ideológicos y represivos se movían veloz y constantemente… para que todo siguiera igual. Su movimiento contrarrestaba el de la oposición, con eficacia digna de mejor causa.
Aquí y ahora, la estabilidad es más afín a la predictibilidad: tal o cual persona, animal o cosa no habrá cambiado, no se habrá movido, por ejemplo, el mes que viene. El concepto comparte muchas connotaciones con el de «seguridad», con todo lo que eso implica.
Y ya estamos llegando a la «movilidad sostenible». Según el DRAE, «sostenible» es:
«Dicho de un proceso: Que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes».
Esta definición padece un cierto reduccionismo. Yo habría dicho «de un sistema», término que comprende tanto los elementos dinámicos de los procesos como los estáticos. Ni «sostenibilidad», con unos 4.520.000 enlaces en Google.es el 9 de noviembre de 2006, ni «sustentabilidad», con 1.520.000, están en el DRAE. Por otra parte, los términos ingleses «sustainable» y «sustainability» aparecen respectivamente 54 y 125 millones de veces en Google.es en la misma fecha. Como dijo Medina, «algo va a haber que hacer».
Según el DRAE, «sustentable» es lo «que se puede sustentar o defender con razones». Los que cortan el bacalao no tienen más horizonte temporal que las próximas elecciones. Anuncian medidas insostenibles que afectarán a las próximas generaciones y prescinden de «defenderlas con razones» con una alegría que raya en la inconsciencia. Su lema es el clásico «sostenella y no enmendalla». Pues ya lo sabe usted: a grandes males, grandes remedios. En otro contexto dejé dicho que «un sistema es sostenible si es estable a largo plazo. Si hay contradicciones entre sus componentes, se desequilibra. Al fin, todo se hunde». En otras palabras, la sostenibilidad consiste en mantener la estabilidad en el futuro, haciendo los cambios precisos en los momentos oportunos. Si esto excluye el lucro particular a corto plazo, mala suerte. Si la única forma de meter en cintura a los elementos díscolos es el Código Penal, procede que se les aplique cuanto antes.
Ahora que hemos desbastado la cuestión, aventuraré unas definiciones más positivas:
En una primera acepción, movilidad es el conjunto de actividades cuyo fin es que las personas, los animales y / o las cosas cambien de lugar en el espacio. Usted dirá que es un fin… indefinido, como si las personas, los animales y / o las cosas se movieran porque sí; como si el hecho de moverse fuera un fin en sí mismo. Pues sí. Se mueven porque sí, o por razones tan estúpidas que aún sería mejor que no hubiera ninguna. Saint-Exupéry lo expresa perfectamente:
-Tienen mucha prisa, dijo el principito. ¿Qué buscan?
-El propio maquinista lo ignora, dijo el guardagujas.
(…)
-Sólo los niños saben lo que buscan, dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo, que se vuelve muy importante, y si se la quitan, lloran…
-Tienen suerte, dijo el guardagujas.
Capítulo completo : Antoine de Saint-Exupéry – El Pequeño Príncipe – Capítulo XXII
La razón humana, esa máquina mental que pregunta por qué, nos dice que los viajes han de tener una finalidad. En cierta ocasión, Astérix y Obélix se han enrolado en la Legión romana. Un buen día, los reclutas están haciendo una marcha de instrucción, llevando a cuestas unas mochilas llenas de pedruscos, a fin de endurecer la musculatura. Como nuestros amigos tienen prisa por salir hacia Africa cuanto antes, se hacen cargo de los sacos de sus compañeros. Cuando el centurión Belicus les dice:
– ¡Esperad! ¡Esperad! Éste no es el objetivo de la maniobra.
Astérix responde:
– Hay que transportar estos sacos, ¿no? ¡Pues vamos!
«Astérix legionario», de Goscinny y Uderzo, traducido por Jaume Perich
Lo que se ha dado en llamar «modelo de movilidad» es la filosofía que subyace en las decisiones que toman las administraciones y los ciudadanos para resolver los desplazamientos de las personas, de los animales y / o de las cosas. Se llama «modelo» porque tiene – o debería tener – una expresión matemática.
El «nuestro» da prioridad a los aspectos más irracionales del uso – y del abuso – de los vehículos. En teoría, el automóvil es un medio de transporte. En realidad, resulta ser ante todo un símbolo de «status». Como dice mi primo Vicente, «hay gente que por su posición social, real o imaginaria, considera deshonroso que le vean en metro o en autobús y aguanta lo que sea en coche».
En el elevado terreno de los principios, todo el mundo dice que está de acuerdo en reducir el impacto ambiental de las actividades humanas. Cuando descendemos a los hechos, la cosa cambia … y mucho. Las personas son seres rutinarios que no renuncian a sus hábitos y costumbres por un algo intangible, como la satisfacción de cumplir los protocolos de Kioto, la preservación de la biodiversidad o el tamaño del agujero de ozono… Y los teóricos de la cuenta de resultados analizan el asunto partiendo de que un error es «todo aquello que no producía beneficio a corto, medio o largo plazo» (Arturo Pérez-Reverte, «La piel del tambor», página 398). Codicia rima con estulticia, y así nos va.
La raíz del mal es el culto al becerro de oro
El sentido común – el menos común de los sentidos – nos dice que hemos de avanzar paso a paso hacia una movilidad más sostenible. Mientras los guionistas de «Star Trek» perfeccionan la teleportación instantánea, hemos de usar diferentes medios de transporte. Generalmente constan de unas infraestructuras fijas y una flota de vehículos, que se componen a su vez de chasis provistos de uno o varios motores, fuentes de energía y, «last but not least», de sistemas de guía que pueden ser manuales, automáticos o una combinación de las dos cosas.
La finalidad del viaje es mover una carga útil. En inglés se llama «payload», la carga que paga. Eso nos recuerda – otra vez – que el transporte es una actividad que ha de tener sentido en términos económicos. Tampoco importa reducirlo a una cuenta de resultados pura y dura: la «rentabilidad social» existe, aunque no sea fácil de cuantificar. Como en todo lo demás, se trata de determinar el verdadero objetivo de la maniobra. Por ejemplo, Kipling nos explica que Mahbub Alí hace que Kim lleve la reseña de un semental bayo al coronel Creighton, corriendo riesgos considerables. El papel lleva cinco agujeritos microscópicos en una esquina. Una vez descifrados, «traicionan escandalosamente a los cinco Reyes confederados, a la dulce y comprensiva potencia del Norte, a un banquero hindú en Peshawar, a una fábrica de armas en Bélgica y a un reyezuelo mahometano semi-independiente en el Sur». Está claro que la verdadera carga útil era esa información, nada más.
Artículo de Juan Manuel Grijalvo – Kim, de Kipling
Bueno… Supongamos que hemos resuelto el caso general, y ya sabemos lo que es la «movilidad sostenible». El siguiente punto del orden del día es estudiar cada caso particular, viaje por viaje. Ver si es realmente necesario, y si hay algún medio mejor de mover la carga útil. Siempre habremos de hacerlo por el camino más corto, escogiendo los vehículos más duraderos y la propulsión más eficiente y menos contaminante. Parece fácil, ¿no?
La «movilidad forzada» resulta ser todo lo contrario. Consiste en ir de casa al trabajo y viceversa, de casa al «hipermercado» y viceversa, de casa al colegio y viceversa… moverse entre lugares fijos, determinados por razones históricas, que no es nada fácil cambiar de sitio para «crear proximidad», como dice tan atinadamente Antonio Estevan. Pero vemos que se hace todo lo contrario:
Antonio Estevan – La mejora en la movilidad no pasa por construir más autopistas
Y al mismo tiempo se promueve la idea opuesta: llevar cada vez más bienes y servicios hasta el domicilio del cliente. Pero eso es cosa de la «brigada ligera de curritos motorizados» de que nos habla Luis Jar Torre en su relato del naufragio del «Herald of Free Enterprise»:
Luis Jar Torre – Ponerle puertas al mar
Todo esto implica que nos pongamos de acuerdo sobre ciertas cuestiones generales. Por ejemplo, ¿los seres humanos somos sedentarios por naturaleza? Nuestros antepasados no tan remotos han sido cazadores-recolectores profesionales durante muchísimos milenios. Hace comparativamente poco, unos cuantos se hicieron ganaderos nómadas. Patrullaban a caballo territorios inmensos… prácticamente deshabitados. La agricultura ha dado lugar a la noción de propiedad privada de la tierra, tal como la conocemos hoy. Pero resulta ser un invento de hace históricamente cuatro días. Aún quedan grupos humanos que la ignoran, o que la rechazan cuando los herederos del Derecho romano se la dan a conocer… o se la imponen por la fuerza. Con el cambio de uso del suelo, que deja de ser agrícola para convertirse en residencial, industrial o logístico, sus efectos antisociales ya son tan evidentes que hacen imprescindible el reestudio de unas rutinas que parecen proceder de aquel famoso chiste sobre la «cultura de empresa» que circula por Internet.
Los creativos publicitarios han sustituido a los periodistas como generadores de significados, como los periodistas sustituyeron en su día a los literatos. En la acepción que han puesto de moda, movilidad viene de móvil… de «teléfono» móvil. Por eso se aplica en la publicidad para ensalzar las ventajas de la inestabilidad: «La vida es móvil». Usted puede ir a trabajar cada día donde más convenga… a la empresa que le paga, porque el único objetivo es producir más valor para los accionistas. Si se deja la paz de espíritu, la salud o directamente la vida en la carretera, eso son gajes del oficio. La «globalización» y la consiguiente «deslocalización» nos traen cada vez más movilidad geográfica, laboral, social y empresarial. Todo ello guarda una proporción directa con el desquiciamiento de unos jóvenes que ven cómo su vida se ha convertido en una especie de barrita de plastilina que unos tipos sin manías van moldeando a su gusto. Otro día, si usted quiere, hablaremos de las desorientaciones que provoca todo eso en la vida de las personas.
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Volviendo al principio, el locomóvil «Castilla» dio a su conductor la libertad de transitar a su aire en un vehículo autopropulsado por todas las rutas disponibles. Desde entonces, los fabricantes de coches nos han prometido que todos los seres humanos podremos disfrutar de esa sensación incomparable, que procede sin duda del recuerdo de nuestros ecuestres antecesores nómadas. Para eso imaginan y construyen automóviles cada vez más grandes… y cada vez más pequeños. La última versión de esa promesa se encarna en los «quads». ¿Escucha usted lo que nos dice Alex Grijelmo sobre «palabras moribundas» en Radio Nacional? Considerando cómo los conducen sus felices propietarios, le propongo que recuperemos ésta, y que a partir de ahora los llamemos locomóviles.
Para terminar por hoy, una pregunta. Si la movilidad no es sostenible, ¿qué es? ¿Suicida?
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Ole Thorson Jorgensen : Movilidad sostenible
Fundación para la Investigación en el Transporte y la Energía (CIDAUT)
Juan Manuel Grijalvo – Julio Cortázar : Historias de cronopios y de famas
Lewis Carroll – A través del espejo – Libro completo : http://www.edicionesdelsur.com/travesespejo.htm
Antoine de Saint-Exupéry : El Pequeño Príncipe – Capítulo XXII
La raíz del mal es el culto al becerro de oro
Autor desconocido : Cultura de empresa
Juan Manuel Grijalvo – Kim, de Kipling
Antonio Estevan : La mejora en la movilidad no pasa por construir más autopistas
Luis Jar Torre : Ponerle puertas al mar
Antonio Estevan : La enfermedad del transporte
Juan Manuel Grijalvo – El coche hace libre al hombre
Juan Manuel Grijalvo – ¿Cuánto vale un kilo de patatas?
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