
Dedicado a Santi
Ultima Hora, 12 de octubre de 2001
Esto de los satélites en órbita baja tiene mucho futuro porque sirven para cantidad de cosas. Lo malo es que sale carísimo lanzarlos, y no digamos arreglarlos cuando se averían. Tiene que subir usted desde la Tierra y gasta cuarenta millones de euros de gasolina en cada viaje. Es mucho más barato, y más fácil, bajar desde una estación espacial, cambiar la pieza rota y volver arriba con cuarenta euros de gasolina.
Hacer una estación espacial sale carísimo, porque hay que subir todos los materiales desde la Tierra y gastar cuarenta millones de euros de gasolina en cada viaje. Es mucho mejor traerlos de la Luna; cuesta mucho menos subirlos porque la gravedad es una sexta parte. Cada viaje puede salir por cuatrocientos mil euros de gasolina. Claro que antes ha de montar una base lunar permanente, que puede costar cuatro billones de euros, porque tiene que subir usted hasta el último tornillo desde la Tierra, a unos precios literalmente exorbitantes.
Eso sí, cuando tenga usted la base en marcha puede financiar parte de los gastos montando una residencia de la tercera edad, sólo para ricos muy ricos, naturalmente. Personas que en la Tierra están condenadas a la silla de ruedas llevarán una vida mucho más normal en la Luna, porque pueden moverse con una sexta parte de trabajo. Piense usted un minuto en lo que representa esto para su vida conyugal. Vamos, que le pagarán el precio que le dé la gana.
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Otro asunto que puede montar es un astillero en órbita para construir una nave de cuarenta mil millones de euros. La gran ventaja es que no tiene que «despegar» de ninguna parte, porque ya está en el espacio. Puede hacerla con piezas de «meccano», que no se romperá. ¿Se acuerda de la Discovery de «2001»? Pues tal que así. Luego se va con ella al cinturón de asteroides y localiza uno que contenga los elementos que le interesan; digamos, hierro y níquel. Le coloca un invento que consiste en un piloto automático, un depósito con cuatro mil euros de gasolina, y un cohete de la medida de una copa de vino. Lo enciende, y empieza a empujar su asteroide con la potencia de un pedo de conejo.
Pero funciona todo el rato, en el espacio no hay rozamiento, y su asteroide se mueve cada vez un poquitín más deprisa. A esa distancia, la fuerza de gravedad del Sol tira como las cadenas de un fantasma, pero basta para mantener estables las órbitas de los planetas. A eso de la mitad del viaje, el piloto automático tiene que cambiar de lado la copa de vino, para que vaya frenando en vez de acelerar. Cuando llega por fin cerca de la Luna, lo aparca usted en una órbita estable con el equivalente espacial de un remolcador portuario. Empieza a trocearlo con una maquinita y lo lleva poco a poco al astillero que tenía en órbita, para hacer más naves para traer más asteroides para hacer más naves, etcétera. Cuando ha llegado hasta aquí, su negocio ya está en marcha y puede hacer transporte interplanetario con unos fletes que, sin estar al alcance de cualquier bolsillo, no son del todo inasequibles. La colonización de Marte está al alcance de la mano de sus clientes, si ponen sus cheques al alcance de la suya.
A estas alturas, ya habrá observado que todo este montaje gira en torno a tres cosas, a saber, la gravedad, los euros y la gasolina. De momento, para vencer la gravedad sólo tenemos cohetes que funcionan quemando gasolina o derivados del petróleo. En nuestro curioso sistema económico, el petróleo es una mercancía que se compra a un precio que fijan «las leyes del mercado». Si tiene euros puede comprar petróleo. Pero una cosa es lo que cuesta y otra lo que vale. Es un recurso que existe en gran cantidad, pero por grande que sea, es una cantidad finita. El valor de un barril no es lo que cuesta sacarlo del pozo, es lo que costaría fabricarlo partiendo de otras materias primas y enterrarlo a un par de kilómetros de profundidad, a disposición de las generaciones futuras. Estamos haciendo un uso bastante frívolo de un recurso que no es renovable.
Por supuesto, cuando haya estaciones orbitales, nuestros descendientes – «if any», como dicen los ingleses – tendrán toda la energía solar que les dé la gana, prácticamente gratis. Pero llegar hasta ahí depende de la correcta gestión de los recursos que tenemos ahora mismo, porque el mañana empieza hoy. Sobre eso decide muy poca gente, en función de sus propios intereses, que no tienen por qué coincidir con los suyos o los míos. Mejor dicho, es que no coinciden. Piense en el espacio cuando haya de cambiar de coche, use transportes públicos y cómpreme acciones del Aerobus. Sus hijos y sus nietos se lo agradecerán.
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