Ultima Hora,  FDS,  1 de noviembre de 2002

Dedicado – cómo no – a Jota

El cine clásico japonés no es muy conocido fuera del Japón.
Muchas películas tratan de episodios históricos
que a nosotros no nos dicen gran cosa.
Están cifradas mediante códigos procedentes del Nô y el Kabuki,
que ningún japonés se molestará en explicarnos.
Como nosotros no somos «nihon-jin»,
somos «gai-jin».

Los japoneses emplean este término
exactamente como los romanos usaban la expresión «bárbaros».
No sólo somos extranjeros y no estamos civilizados…
Es que allí nadie se plantea que valga la pena civilizarnos.

Al parecer, Kurosawa es una excepción en eso. Además de hacer producciones cien por cien japonesas, adaptó bastantes obras occidentales. Sus películas nos resultan tan inteligibles que han dado lugar a varias «emulaciones», vendidas en todo el mundo bajo el sello «made in Hollywood». Otro día, si usted quiere, hablaremos de «El guardaespaldas» (Yojimbo).

Hoy quería contarle el principio de «Los siete samurais», de 1954. Una película que, tal vez por ser del todo japonesa, es al mismo tiempo universal. El «remake» es muy conocido; lo hizo John Sturges en 1960 y se titula «Los siete magníficos».

La historia empieza en una aldea de campesinos. Unos bandoleros se presentan periódicamente a robarles el arroz, los caballos y todo lo que les apetece. Los labradores van a ver al hombre más viejo del lugar. Les dice que vayan a la ciudad y contraten samurais para luchar contra los bandidos. Envían un grupito de emisarios, y consiguen convencer a un guerrero para que les ayude. Se llama Kambei Shimada. El papel lo hace Takashi Shimura. No se monte usted sus propios esquemas con Kurosawa, porque se los romperá a trozos a la primera ocasión. En «Vivir» (Ikiru), el mismo director dirige al mismo actor… y las dos películas se parecen como un huevo a una castaña.

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Volviendo a nuestros samurais, Shimada empieza a contratar a los otros seis. Son Katsushiro, que ya quería acompañarle antes de encontrar a los campesinos, Gorobei, Kyuzo el espadachín, Heihachi, Shichiroji y… falta uno. El séptimo será Kikuchiyo, interpretado por Toshiro Mifune. Bien merece un párrafo aparte.

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Ilustración de Pep Tur

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Kurosawa dijo que «no había otro actor como él. Lo que el rostro de cualquier buen actor logra con esfuerzo expresar en treinta segundos, él lo comprimía en tres. Nunca nadie alcanzó tanta velocidad en el desarrollo de un gesto». En esta película, Mifune muestra todas sus facetas, a ratos cómicas, a ratos trágicas… No hará falta que se fije usted en él: cuando está en escena, echa de la pantalla a los demás. Bueno, los seis samurais parten hacia el pueblo y… «hasta aquí puedo leer».

Para acabar por hoy, tres observaciones. La primera: no sé si Tolkien vio esta película. En mi opinión, le habría gustado. La segunda: Kurosawa cuenta las batallas como nadie. Y la tercera: a veces, una película muy buena falla por el desenlace, que no está a la altura del resto del guión. Esto no ocurre en estos «Siete samurais», y eso que dura doscientos cinco minutos. Si usted piensa lo mismo, o no, me encuentra en

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Yojimbo

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