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En memoria de Stephen Parascandolo (1980-2007)

Octubre de 2013

Ya sabe usted que llevo algunos años leyendo libros y escribiendo artículos sobre el transporte público. De vez en cuando hago también ejercicios prácticos de movilidad. Acabo de volver de un viaje por Inglaterra. Uno de los objetivos era investigar el «Tramlink», el tranvía de Croydon. Tiene una historia de éxito que me interesa mucho. De manera que según veníamos en tren desde Oxford, iba preguntando cosas a mi compañero de camino, y me habló de algunas quejas por la estructura del «loop», es decir, del bucle. Ahí ya vi que había algo que yo no sabía, y dediqué parte del día siguiente a explorar a pie el centro de la ciudad.

Una de mis propuestas para mejorar la intermodalidad del transporte en y entre estas islas tan pequeñas es hacer un intercambiador en Vara de Rey. Los autobuses llegan hasta el centro siguiendo un bucle y sólo hacen paradas momentáneas. Pues mire usted por dónde, los tranvías de Croydon hacen algo sorprendentemente parecido.

Al parecer, el nombre de la ciudad viene de unos campos de azafrán que había por ahí en los tiempos del esplendor de Roma. Desde entonces se ha desarrollado mucho, porque su ventajosa posición es perfecta para ubicar centros comerciales y de servicios. Ya tenía mercados y tiendas en cantidad mucho antes de que hubiera ferrocarriles. Con los trenes, los precios del transporte de mercancías bajan, y comienza la urbanización de los condados meridionales, que es efecto y causa del crecimiento de la red.

El bucle es una línea de vía única que da vuelta al casco antiguo de la ciudad en sentido horario. Como si el tranvía entrase por la calle Riambau hasta el Mercat Vell y volviese por la calle de las Farmacias, cerrando el circuito delante del Montesol. Eso sí, las medidas son otras. Viene a ser un triángulo cuyos lados miden cosa de un kilómetro. Dentro del circuito hay restaurantes, grandes almacenes, galerías comerciales, centenares de tiendas que venden de todo, y… cómo no… bancos. La peatonalización del centro se hizo en los años 70/80 del siglo pasado, al mismo tiempo que en otras poblaciones de Inglaterra, para mejorar los centros comerciales y hacer la circulación más segura para los viandantes.

El tranvía empezó a funcionar en mayo de 2000 y está resolviendo unos 28 millones de desplazamientos cada año. Tiene cuatro líneas y todas pasan por el bucle, de manera que cambiar de una a otra consiste en bajar del vehículo y esperar en la parada a que llegue otro que nos lleve a donde queríamos ir. Más fácil, imposible… Cosa de pocos minutos. Por otra parte, el tranvía tiene 39 estaciones, y en siete de ellas hay enlaces con National Rail. Y si me hubiera dedicado a investigar las docenas de líneas de autobús a las que llega, no habría podido hacer nada más en el viaje. Ya ve usted que el sistema no es ninguna tontería. El bucle es uno de sus puntos fuertes y tal vez también su talón de Aquiles, porque una avería en cualquier punto detiene todo el tráfico, y porque tiende rápidamente a la saturación.

Como es natural, en Croydon hay una infinidad de paradas de autobús, pero no hay nada como el Cetis, tal vez porque muchos autobuses tienen dos pisos. Además, los ingleses no deben ser tan ricos como para poderse permitir esos lujos. Sin embargo, cuando están en el «pub» con una pinta de algo bueno en la mano, me dan la sensación de que son más ricos que nosotros. Será porque no gastan sus libras en trenes sin pasajeros, en aeropuertos sin aviones, en autopistas sin coches… Otro día, si usted quiere, podemos repasar en detalle lo que han dado de sí mis, digamos, apuntes a vuelapluma en estos pocos y cortos días en Inglaterra. Otro de los objetivos del viaje, y otra razón para elegir Croydon como base de operaciones, ha sido reparar dos de mis ordenadores Psion, esas herramientas excelentes para tomar notas sobre la marcha.

Y quizá se pregunte usted por qué dedico este artículo a Stephen Parascandolo. Verá, uno de los tranvías de Croydon, el Nº 2535, lleva una placa con su nombre. Al buscarlo en Google resultó que era un promotor del transporte público, como yo, que estaba enamorado de los tranvías, como yo, y que mantenía un site en Internet, como yo. Pues bien, el 7 de febrero de 2007 murió en un accidente de carretera. Ya no podré quedar con él en un «pub» para compartir unas pintas, ni viajar con él en tren y en tranvía, ni preguntarle por el futuro del «Tramlink»… El estúpido modelo de movilidad al uso me ha quitado otro amigo.

May his spirit live forever.

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