Mensaje recibido el 20 de septiembre de 2010
Estimado Juan Manuel:
Descubro casualmente su página web sobre «2001» años después de ser redactada y leo el relato de la interesante experiencia vivida por usted en su día en torno a la película. Su entusiasmo por ella contagia el mío propio y me impulsa a redactar estas líneas sin tan siquiera saber si acabarán alcanzando su destino.
Entiendo que por lo general las películas vistas después de la lectura de la novela en que se basan ( o en este caso elaboraron paralelas ) corren un cierto peligro de decepcionar, al ofrecer una visión inevitablemente diferente a la del lector, que puede considerar la suya propia como la mejor posible al haber sido elaborada a gusto de su imaginación. En el caso concreto de «2001» el riesgo era particularmente alto, en razón a la contraposición de estilos entre el verbalmente locuaz de Clarke y el deliberadamente hermético utilizado por Kubrick en la versión cinematográfica de la historia. La novela de Clarke, muy interesante en su argumento y a la vez sólidamente apoyada en el profuso bagaje científico del autor, probablemente habría constituído un éxito editorial por sí misma sin haber necesitado de una película que, por otra parte y en manos de cualquier otro director, se habría traducido en una producción rutinaria convertida en un producto de consumo sin mayor trascendencia. En esta ocasión sin embargo, no me puedo sorprender del impacto que desde su primera visión produjo en usted «2001», pues ello no haría sino confirmar la genial aptitud de Kubrick para filmar una historia más allá de los límites de la imaginación de cualquier lector potencial.
En mi caso, al contrario que usted, tuve la experiencia de poder ver «2001» sin ninguna información previa a mis 16 años en el Cinerama Albéniz de Madrid, en todo su esplendor el año de su estreno en 1968. Más adelante escucharía la maravillosa banda sonora y leería la novela. La música me ayudaría a recordar la película permanentemente y la novela, a llegar a interesarme por el universo de Clarke y acabar leyendo toda su obra tal como le ocurrió a usted. Pero al igual que muchos otros espectadores en todo el mundo, pertenezco al grupo que nunca necesitó de explicaciones para asimilar totalmente la historia contada por Kubrick, pues nada que no apareciera en la pantalla se echaba de menos allí. Era como haber podido vivir en primera persona la ficticia experiencia del benéfico encuentro de nuestros antepasados con el misterioso monolito y la continuación de la aventura junto al hombre del futuro partiendo en pos de sus huellas. Y la obviedad de que el monolito (cualquiera que fuese su naturaleza) era el instrumento de una fuerza desconocida destinada a orientar a la humanidad me causó un impacto tan profundo que desde el primer instante hizo aflorar en mí ciertas aspiraciones metafísicas subconscientes e insospechadas a aquella temprana edad, pues todavía hoy recuerdo la emoción que me invadía al contemplar el nacimiento del niño estelar tras la culminación del noqueante viaje espacial, mientras otros permanecían escépticos o se agitaban incómodos en sus asientos como tratando de acelerar el final de aquella pausada odisea cuyo ritmo no llegaban a poder controlar. Previamente yo ya me había quedado totalmente absorbido por el fascinante mundo de la «Discovery» y me había enamorado de la maravillosa descripción del amanecer del hombre y los sucesivos encuentros con la negra y enigmática figura llegada del más allá, de una belleza y atractivo irresistibles para mí.
A lo largo de toda mi vida y como cualquier otro aficionado al cine he visto infinidad de estupendas películas de todos los géneros que me llegaron a encantar. Ninguna otra sin embargo me impactó tan profunda y permanentemente como lo hizo «2001». Es mi preferida y la que nunca me cansé de revisar. Cada vuelta constituyó siempre un redescubrimiento constante para mí. Como contemplar un cuadro o escuchar una obra musical, pues «2001» conjuga magistralmente esas dos formas de arte (música y pintura) para ilustrar un argumento seductor, desarrollado con gran inteligencia y expresión contenida, logrando sortear con éxito la caída en la tentadora grandilocuencia tan habitual. Pues al final, como creo que dijo el propio Kubrick en cierta ocasión, la atracción por una cosa no resulta tanto de lo que pensamos acerca de ella sino de lo que somos capaces de sentir por ella o lo que es lo mismo en este caso, por el monolito, HAL, los viajes espaciales o el Universo en general. Y es que «2001» es precisamente una película llena de sensaciones y emociones sobre todo ello, en la que basta sumergirse para poder disfrutar. Y porque «2001» nos habla nada más y nada menos que del futuro que puede aguardar al hombre, ahora que inicia su primeros pasos tentativos pretendiendo abandonar la cuna que no hace tanto tiempo un día le vió nacer.
Y sólo por eso le tendré a Kubrick un agradecimiento eterno. ¡Gracias, Stanley!
Aún conservo el programa de mano repartido a la entrada del cine Albéniz durante aquella lejana sesión de 1968 y del que le adjunto gustosamente una copia. Estoy seguro de que compartirá plenamente el valor sentimental que el documento encierra.
Atentamente
Alejandro Bérgamo
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