Luis Jar Torre - Hablando en serio

 

(Publicado en el suplemento “Contrastes” del grupo “El Ideal Gallego” con motivo del primer aniversario del desastre)

 

Me solicita este grupo editorial unas reflexiones como marino y a título personal sobre el “Prestige” y me echo a temblar, pues los de mi oficio solemos trabajar con realidades y la realidad de este accidente parece estar en función de los intereses o la opción política de cada contertulio. Como marino no dudaría en salir por piernas pero, dado que como militar se me supone cierto valor, aceptaré el reto intentando repasar tres aspectos del caso y aparcando (hasta donde me atreva) lo “políticamente correcto”. Supongo que pasado un año y con los ánimos más calmados, sin tanto grito, tanto euro ni tanto chapapote encima de la mesa, ya será posible hablar en serio.

En primer lugar, me gustaría discutir la importancia relativa de un accidente marítimo. Nadie con dos dedos de frente se atrevería a negar que el vertido de la carga del “Prestige” fue un desaguisado ecológico en toda regla y, a corto y medio plazo, un potencial mazazo para la economía pesquera y turística de las zonas afectadas. Por ello, era razonable esperar un considerable alarde mediático, e incluso cierta alarma social entre sus potenciales víctimas (incluyendo los percebes), pero estoy por jurar que, en España, el “Prestige” tuvo más cobertura que la tragedia de las Torres Gemelas, un acontecimiento que, aparte su dimensión humana, está condicionando nuestra historia inmediata. Así, cabe preguntarse ¿qué es una noticia importante? ¿y qué es una noticia marítima importante?. Los medios de comunicación parecen coincidir en que, por irreemplazable, lo más importante es la vida humana, pero resulta dolorosamente obvio que no se lo creen ni ellos: ¿alguien recuerda el nombre del “Joola”? ¿no? pues deberíamos acordarnos, porque el “Joola se hundió en Senegal 48 días antes de que se agrietara el “Prestige” y unas 1.900 personas (incluyendo tres españoles) se ahogaron como ratas. Pero no hagamos preguntas de examen ¿alguien recuerda el “Casón”? ¡claro que sí!, ¡ésta es más fácil!: barco con carga peligrosa embarrancado en 1987 en la costa de Finisterre, exagerada psicosis de pánico que quedó en nada... ¿en nada? ¿pero nadie recuerda que a bordo del “Casón” palmaron 23 chinos? Y, si en el “Prestige” no se ahogó ni el gato ¿cómo es que su estela nos ha dejado un (carísimo) terremoto legislativo en el campo de la seguridad marítima?. Yo diría que la capacidad del “Prestige” de afectarnos seriamente el bolsillo y su utilidad para permitir montar una descomunal bronca al gobierno, sorprendido en claro fuera de juego, lo hicieron incomparablemente más atractivo como “catástrofe marítima” que la masacre de Senegal o los 23 chinos del “Casón” ahogados ante nuestras narices ¿cierto?, pues nada, lo aceptamos y en paz.

El segundo punto que me gustaría tratar son ciertos condicionantes de lo que podríamos llamar el “proceso de decisión”. Trabajar con ochenta millones de ojos clavados en el cogote resulta molesto, pero si los mirones tienen además la potestad de mandarte al paro en las próximas elecciones resulta comprensible que el personal se distraiga un tanto. Por ello, aún considerando (como considero) que la libertad de prensa es un pilar básico de nuestro sistema de gobierno, como profesional de la mar opino que en esta crisis en particular hubo desmesuradas presiones (mediáticas y de todo tipo) sobre los responsables políticos que, forzosamente, estos trasladaron a los responsables técnicos y, finalmente, terminaron aplastando al Capitán del “Prestige”. A quien tal presión le parezca normal le invitaría a imaginarse a bordo de un enorme “Jumbo” con los motores en llamas y a punto de intentar un aterrizaje forzoso para, ya instalado en su asiento, considerar la conveniencia de que el piloto decida cada maniobra en función de las instrucciones de los alcaldes afectados, las comunidades de propietarios contiguas al aeropuerto o el índice de popularidad de su director. Con todo, resulta obvio que en la gestión de esta crisis se cometieron errores de bulto; personalmente me resultó chocante que, en su fase inicial, la política de comunicación pareciera estar diseñada por el enemigo y que, más adelante, se permitiera que cierto “sostenella y no enmendalla” enajenara a parte de la opinión pública contra un gobierno que, entonces, ya estaba haciendo todo lo que podía y más. Queda la pregunta del millón ¿debió intentarse refugiar el barco en tierra? Mi opinión como marino es, sin duda, que sí, pero la mía es una opinión a toro pasado y, por ello, intrascendente; confieso que la opinión más radicalmente honesta que oí (“...non teñen ni puta idea”) fue en la tele y en boca de un pescador cuando el alejamiento todavía le parecía una gran idea a casi todo el mundo.

Sin entrar en consideraciones partidistas, podemos tratar de ponernos en el lugar de quienes hubieron de decidir entre lo malo y lo peor. La experiencia española en petroleros que se rompen consagraba las supuestas excelencias de la “patada en la popa”, un truco que, para horror de los marinos profesionales, ya había sido empleado con éxito el año 1989 con el “Khark-5” y, de nuevo, el año 2000 con el “Castor” sin que nadie se rasgara las vestiduras. En el caso del “Prestige”, sencillamente, el cántaro se rompió camino de la fuente porque, a mi juicio, alguien debería haber explicado “fuerte y claro” a otro alguien tres conceptos básicos:

1) un viejo buque que se desintegra arrojado a un tren de borrascas atlánticas que se extiende desde Europa hasta el Canadá, apenas deja resquicio a la esperanza

2) a diferencia del crudo, el fuel pesado casi no contiene elementos volátiles por lo que, una vez derramado, tarde o temprano habrá que ir a recogerlo, y

3) especialmente en la mar, nunca se debe escupir a barlovento.

Con todo, tengo la certeza moral de que los mismos que denunciaron a los responsables políticos por alejar el buque, les habrían denunciado por no haberlo hecho y, ni siquiera descargarlo en Coruña al precio de manchar sus playas con una milésima parte del fuel que finalmente se derramó, les habría evitado una denuncia por delito ecológico. Dicho lo anterior, quien no comparta mi certeza puede arrojar la primera piedra.

Finalmente, me gustaría hablar sobre el tema del inevitable “malo” de la película. Al parecer, cuando los antiguos chinos no conseguían resolver un crimen cogían a cualquier desgraciado y le metían un puro que lo doblaban a fin de restablecer el equilibrio entre el “ying” y el “yang” (léase “alarma social”). He pasado diecinueve años de mi vida embarcado montando guardia de puente y, durante otros cuatro, he sido lo que después pasó a llamarse “Capitán Marítimo”: corporativismos aparte y hasta donde yo sé, no he visto nada en el comportamiento profesional del Capitán Mangouras que justifique el escarnio sufrido. Aunque su decisión inicial de contrainundar lastres fue contraproducente en términos estructurales y la de permitir una evacuación masiva de su aterrorizada tripulación desacertada en términos operativos, ambas se tomaron en circunstancias imposibles, por lo que criticarlas desde la comodidad de un sofá carecería de elegancia. Respecto al estado del “Prestige”, lo cierto es que tenía en regla hasta el último papel y que la estructura que se lo cargó estaba certificada por una clasificadora seria. Cierto que se trataba de un viejo barco tripulado por unos pobres de solemnidad con los mínimos legales en formación y experiencia, concretamente los mismos pobres que, trabajando por la tercera parte del sueldo, nos habían mandado al paro en los años ochenta a los marinos españoles de mi generación, pero como en los años sesenta la generación anterior a la mía había hecho lo mismo con otros marinos más rubios, pues a callar. En un sistema de libre mercado las cosas son así, o eres competitivo o te “reciclan”, lo que no es coherente es que, tras “reciclar” la práctica totalidad de la Marina Mercante Española para ahorrarnos un céntimo en cada litro de gasolina, pongamos el grito en el cielo cada vez que nos manchan la playa. Desearía poder terminar estas líneas escribiendo que tal accidente no volverá a repetirse, pero no sería honesto; desencantados con el inmisericorde carácter de la mar y las chapuzas humanas, los marinos de cierta edad tendemos al pesimismo, así que buena suerte a todos.

 

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