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Hablamos hoy de unos marinos invisibles,
de los que nunca querríamos acordarnos.
Cruzo los dedos a Neptuno
para que nunca los conozca usted en su vida.
Eso sí, cuando vienen mal dadas,
cuando por una imprudencia o descuido
nos hemos puesto en peligro
a nosotros y a toda la tripulación
–la mar no da medalla de plata–
ahí están, aunque caigan chuzos de punta
y el barómetro baje a los infiernos.
En lo alto de la torre de control de Barcelona,
en el Centro de Coordinación de Salvamento,
situada en la Zona Franca,
nos recibe la capitán o capitana
Lali Pujol Valls, jefa del centro.
La vista del puerto es admirable,
pero los operadores tampoco tienen
demasiado tiempo para disfrutar de ella.
Un ojo en el AIS, otro en el radar, otro en la pantalla
donde se despachan las incidencias que llegan;
una oreja en el VHF
–canal 16, por supuesto, y en Barcelona 10–,
otra en un teléfono donde va a parar
todo accidente relacionado con la mar,
otra despachando lo recibido
sabiendo que los recursos son preciosos.
Sobre una mesa, bien a la vista, está la carta en papel.
No hay nervios, puesto que solo entorpecerían el trabajo,
pero sí la conciencia de que hay vidas que penden
de cada una de las teclas que tocas.
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